El legado que dejó la comisionada de la verdad Ángela Salazar
Por: Diana Gómez Correal
Conocí a Ángela Salazar en el año 2002 cuando el movimiento de mujeres y feministas desarrollaba la Constituyente Emancipatoria de Mujeres, un esfuerzo por construir paz y por incluir en la agenda pública los derechos de las mujeres. Este también luchaba por exigir el reconocimiento de las particularidades con las que las mujeres han vivido la violencia en Colombia y su participación activa en la construcción de paz. Ese esfuerzo se enfrentó con la finalización del proceso de paz entre Pastrana y las Farc-Ep y la exacerbación de la violencia en el territorio nacional.
Dicho contexto no frenó el accionar de los procesos de mujeres, en los que vehementemente participaba Ángela Salazar, una mujer grande y fuerte que ya había cultivado un interesante trasegar en los movimientos sociales y la política de la región en la que vivía. Como parte activa de la Iniciativa de Mujeres colombianas por la Paz, IMP, Ángela lideró los esfuerzos porque se reconocieran los derechos de las mujeres y las reivindicaciones de las víctimas en Apartadó, un pueblo que sufrió de manera fuerte y contundente la violencia. En medio de las tareas que adelantaba en ese entonces la IMP, que incluían el fortalecimiento de los procesos de las mujeres para la incidencia en los planes de desarrollo y la consolidación de las mujeres víctimas como sujeto político, visité la región.
El accionar de lideresas como Ángela Salazar ya sabemos que se ha dado en distintos parajes en medio de la presencia y el accionar de los distintos grupos armados. En esa ocasión, mientras se desarrollaba el taller de IMP en la biblioteca del municipio y dialogábamos sobre qué se entiende por verdad, justicia, reparación, a qué aspiraban las víctimas y cómo lograr que esas demandas se tradujeran en política pública en los municipios y los departamentos, nos observaban hombres deliberar. Las organizadoras del taller llamaron mi atención para, que siguiendo el hilo de la conversación, cuidara las palabras que decía porque quienes nos observaban de manera atenta eran paramilitares.
Hija de esos contextos, Ángela Salazar se construyó como líder desde un conocimiento profundo de los estragos y la complejidad de la violencia. En medio de todo esto se hizo la mujer jovial e inteligente que era. Cuando fue elegida integrante de la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad (CEV) más de uno se sorprendió. Ángela rompía con los estereotipos que se supone deben corresponder a este tipo de espacios. Sin un título universitario y sin manejar el lenguaje capitalino intelectual, parecía estar en el lugar equivocado. Sin embargo, Ángela no solo se merecía ocupar ese espacio, sino que también lo engrandecía. El año pasado en desarrollo de una investigación del Cider de la Universidad de los Andes la entrevistamos para conocer su labor en la Comisión y lo que consideraba eran los retos más importantes de este espacio.
Ángela era responsable de dinamizar el enfoque étnico y consideraba que además de la necesaria incorporación de la perspectiva de género en el mandato de la Comisión se requería un reconocimiento contundente del rol de la dimensión racial en el conflicto armado. La incorporación de una y otra perspectiva debía sobrepasar la mera inclusión de las mujeres o los indígenas, la población afro, negra, raizal, Rom y palenquera en el quehacer de la CEV. Uno y otro enfoque debían contribuir a explicar el conflicto armado. Ángela Salazar materializaba en la Comisión el saber popular, sin filtros y sin mediaciones. Era todo un acervo de memoria y conocimiento sobre el conflicto y sus impactos. Quien realizó la entrevista conmigo hubiese querido que la conversación con la Comisionada durará más y expresó al salir que Ángela Salazar tenía el territorio y el país en la cabeza. Nos sorprendió su capacidad para representar de manera abstracta y al mismo tiempo de forma muy concreta las dinámicas del conflicto enraizadas en distintos parajes del territorio nacional.
Entre sus virtudes estaba la enorme capacidad de conectarse desde el lenguaje cotidiano y la experiencia con las víctimas y las distintas audiencias que la escuchaban en sus diferentes intervenciones en las actividades de la Comisión de la Verdad. Hoy Ángela se ha ido producto de la pandemia. Su legado sigue en los procesos organizativos de los que hizo parte y en quienes caminamos cortos o largos trayectos con ella. Sin duda su partida es una gran pérdida para las mujeres, la población afrocolombiana, las víctimas en general, la Comisión de la Verdad y la construcción de paz. El mejor homenaje que le podemos hacer es mantenernos en la terca tarea de construir paz y de esclarecer la verdad desde perspectivas interseccionales que integren las dimensiones de género, étnicas, de clase y territoriales, entre otras. Si bien hoy el país ha perdido un gran ser humano afortunadamente ese legado permanece. Viaja liviano Ángela. Gracias por todo lo que hiciste.