Me asiste el mayor respeto frente a la multiplicidad de creencias y concepciones que pretendan lograr el mayor bien para la especie humana. Advierto mis límites y condiciones de posibilidad para intervenir en tan candente tema: soy atea, feminista radical y dispongo de información fragmentaria como posiblemente le ocurre a otras personas interesadas en esta situación.
Empiezo por destacar que la mayor parte de la información procede de medios de comunicación, generalmente cómplices del modelo occidental, en nombre del cual Estados Unidos ha arrasado culturas, tradiciones y recursos de los distintos países invadidos. Desconocemos las versiones de los islamistas; nuestra cultura es distante del oriente, al cual nos hemos acercado leyendo las “Mil y una noches” o por medio del cine. Para realizar una lectura no colonialista es imperativo tratar de establecer los intereses y motivaciones detrás de las noticias. Señalaré tres tendencias en los análisis sobre el momento que vive Afganistán, a saber: 1. las que des-historizan el conflicto, invisibilizandola existencia de la pugna geopolítica de las potencias presentes en la región asiática. 2. las que asumen un abordaje unilateral del aspecto religioso y 3. aquellas que se enfocan en la amenaza impuesta a las afganas por el régimen talibán, desconectando el género de otros componentes del conflicto.
Dando un giro de tuerca hacia una lectura descolonizada, pregunto si en defensa de la igualdad de las mujeres y la pluralidad religiosa se debe aceptar la invasión de Afganistán como una suerte de “mal menor”. De ser así, estaríamos reconociendo que, en nombre de una forma de gobierno —democrática, según Europa y los Estados Unidos—, se puede privar del derecho a la soberanía y la autodeterminación a cualquier pueblo que las potencias mundiales declaren atrasado, o por fuera del orden civilizatorio occidental.
Primero: no se puede tender un velo de la ignorancia (usando, en otro sentido, la expresión de Rawls) sobre la conflictividad geopolítica de esta región. Los antecedentes históricos muestran la pugna por el control de Euroasia entre Estados Unidos y su bloque de aliados y, de otra parte, Irán, Rusia y China. Afganistán, en frontera con seis países, está en el corazón de esta región que es puente con Europa. Es crucial, no por sus propios recursos, sino porque está ubicado en el paso de la “Ruta de laSeda” de China y del complejo de los proyectados oleo y gaseoductos rusos (Fazio 2021). Sin embargo, George W. Bush sostuvo, en su momento, que la invasión de Afganistán fue para castigar a los talibanes, por proteger a Al- Qaeda, luego de los atentados contra las Torres del World TradeCenter el 11 de septiembre del 2001. Ahora, Estados Unidos aparenta el retiro de Afganistán. No obstante, es previsible que continué acicateando las contradicciones en la región para obstaculizar el avance chino-ruso (Zibechi,2021).
Segundo: una comprensión no unilateral del conflicto religioso empieza por evidenciar que, en las tres religiones monoteístas de revelación y salvación— el cristianismo, el judaísmo, el islamismo—, son los varones quienes han impuesto, a través de la estructura clerical, la interpretación patriarcal de los textos sagrados para dominar a las creyentes. Dado que en el islamismo confluyen distintas tendencias (chiitas y sunitas, las más reconocidas), se deberían estudiar a fondo las prescripciones del Corán, laSuna y la Sharia (tres fuentes doctrinarias del Islam) respecto a las libertades y derechos de las mujeres, porque es sabido que las restricciones extremas son una interpretación impuesta por los líderes religiosos fundamentalistas. Estas tres religiones han reforzado una mirada misogínica que pretende controlar la sexualidad, capacidad reproductiva y de disfrute de las mujeres utilizando variados repertorios de culpabilización, violencia y coacción síquica, física y económica.
Tercero: Sobre la situación de las afganas cabe recordar la experiencia de proyectos islamistas protosocialistas y secularizantes, que reconocieron derechos a las mujeres, en condiciones similares a las que ofrece el mundo occidental. Sin embargo, esos gobiernos fueron hostilizados por los Estados Unidos y sus aliados. Desde hace más de cuatro décadas, cuando el fundamentalismo árabe si leservía a los intereses geopolíticos de occidente para atacar a la ahora desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas- URSS, se asfixiaron las propuestas islamistas democratizantes, como ocurrió con Gamal Abdel Nasser en Egipto y Babrak Karmal en Afganistán mismo. Estos hechos controvierten la narrativa internacional imperante frente a un bondadoso Estados Unidos que lucha por la democracia, la igualdad y la justicia contra los patriarcales talibanes.
Las feministas de distintas corrientes estamos profundamente preocupadas por el previsible empeoramiento de la situación de las mujeres bajo el control talibán en Afganistán. Muchas, sin embargo, no confundimos nuestra solidaridad y empatía con la adhesión acrítica a la invasión colonialista estadounidense. No validamos una intrusión extranjera “modernizante” para prevenir la pérdida de las libertades y derechos de las afganas. El imperialismo está inserto en un orden civilizatorio sustentado en estructuras socioeconómicas, sexuales y políticas predatorias y destructoras de la vida humana y no humana, que se nutre de la desigualdad de las mujeres y de los grupossubalternizados, como ha ocurrido en Afganistán durante estos últimos 20 años.
Pese a que fue el orden político liberal burgués el que inició la promulgación de la igualdad formal de las mujeres, Olimpe de Gouges y otras revolucionarias tuvieron que exigir los derechos de la mujer y la ciudadana. No obstante, en el régimen neoliberal-colonialista, la exclusión de género, etnia y clase se oponen al logro de la igualdad real. No hay que ir hasta el mundo Islámico para constatar el abismo entre el reconocimiento formal como sujetas de derechos y el acceso a condiciones materiales de vida suficientes y necesarias para ejercerlos. Ser mujer, en países con alto índice de desarrollo humano- IDH, o en países con bajo IDH, implica alto riesgo de desempleo, insalubridad, bajo nivel educativo, exposición a violencia sexual y escaso acceso a la dirección del Estado y la sociedad.
En Colombia, país del sur de América que se autoproclama como la democracia más estable, son escandalosos los niveles de desigualdad. Antes de la pandemia del COVID-19, y en forma agravada luego de su aparición, las niñas, las jóvenes y las adultas indígenas, afrodescendientes, rom, raizales,palenqueras, las mujeres de la enorme migración venezolana, las lesbianas, bisexuales y transexuales, las firmantes de la Paz, millones de pobladoras urbanas empobrecidas, campesinas y habitantes de fronteras, mujeres en situación de prostitución, jóvenes participantes en el Paro 2021, están sometidas a violencia extrema en el espacio público y en sus familias. Es alarmante que, frente al tráfico demujeres, la violación sexual, el feminicidio y el hambre que padecen millones de ciudadanas de las democracias occidentales, el mundo entero no reclame la misma solidaridad que demanda frente a la situación de las afganas: ninguna mujer en Oriente ni Occidente puede ser violentada o excluida de la libertad y del goce de sus derechos, en nombre de un credo religioso ni en nombre del orden civilizatorio que está destruyendo la vida en el planeta, el colonialismo capitalista y patriarcal.
Bibliografía
Fazio, C. (2021), Afganistán: el gran juego continúa, recuperado enhttps://www.desdeabajo.info/mundo/item/43198-afganistan-el-gran-juego-continua.html.
Reyes, F.(2021), El triunfo de los talibanes en Afganistán, Programa radial Efecto Mariposa, Universidad Santo Tomas, recuperado en https://www.facebook.com/watch/live/?v=2065194166952979&ref=watch_permalink.
Zibechi Raul, Afganistán en el disputado tablero global, en La dosis Nº79 Desde Abajo recuperado enhttps://youtu.be/SusF96DFD-o.
Rawls, J. (2006). Teoría de la Justicia (M. D. González, Trad.). México D. F.: Fondo de Cultura Económica.