La sirvienta solía llamarse a la trabajadora doméstica en los hogares colombianos. Su presencia era bastante común en los hogares de ingresos altos, medios e incluso populares, cuando Colombia se encontraba al inicio de los procesos de transición demográfica, urbanización y modernización (ampliación de la educación y los servicios públicos, surgimiento de editoras, profesionalización, laicización de la vida pública, etc.), con familias amplias y vivienda en casas de varias habitaciones, que demandaban mucho trabajo doméstico. Especialmente, en las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado.
La denominación de “sirvienta” se refiere a quien presta el servicio, pero no utilizar el sustantivo “servidora” sino el pronombre personal de “sirvienta”, se hace porque este tiene una connotación lingüística y cultural despectiva o peyorativa que subordina a quien asume esta función. Las servidoras en los hogares es un oficio de una larga tradición en Colombia y el mundo, que estuvieron vinculados desde sus inicios a los trabajos de esclavas e indígenas en las haciendas y casas coloniales.
Así, el trabajo doméstico carga una fuerte herencia colonial que hace que, hasta el día de hoy en el país y otros países de América Latina, sea un oficio ampliamente racializado, clasista y sexista; es decir, que ha sido asignado por las dinámicas sociales de los proceso de desarrollo, a grupos de mujeres provenientes de comunidades despojadas de recursos (tierras, educación, reconocimiento cultural, etc.), proporcionalmente mayoritaria en comunidades afrodescendientes o indígenas -dependiendo de las dinámicas regionales-, y desempeñado básicamente por mujeres.
El trabajo de cuidado doméstico ha sido asignado tradicionalmente a las mujeres y se considera femenino, en la medida en que las mujeres suelen ser socializadas desde pequeñas en funciones de cuidado en los hogares. Esto ha hecho que se naturalice como una propiedad femenina que normaliza la asignación de las tareas de cuidado en las mujeres. Así, cuando comienzan a remunerarse estos trabajos en los arboles de la modernidad tardía y su masificación en la Colombia urbana, se consideran de poco valor y se institucionaliza en el Código del trabajo de 1950, como un trabajo especial que no requería del salario mínimo, ni las prestaciones sociales de cualquier trabajador. Hoy se continua la lucha por lograr este estatus.
Así, las Naciones Unidas institucionaliza el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar en 1988, que se conmemora cada año el 30 de marzo, con el fin de valorar el trabajo del hogar y convocar acciones para reivindicar los derechos de las trabajadoras. Desde la academia, una de las iniciativas ha sido el proyecto Who cares? Rebuilding care in a post pandemic world que tiene el Cider con Minciencias[1], que busca reivindicar la importancia del trabajo de cuidado doméstico remunerado, con las trabajadoras domésticas que constituyen el 6.7% de la fuerza laboral femenina en el país.
En el contexto colombiano, los continuos procesos de migración del campo a las ciudades se incrementaron debido a los conflictos armados desde mediados del siglo XX, en un modelo de desarrollo anticampesino y primario exportador. Esto alimentó el mercado laboral del servicio doméstico, que está compuesto en gran medida por mujeres campesinas, indígenas y afrocolombianas que trabajan de manera permanente. Así, luego de un crecimiento significativo entre las décadas de 1950 y 1980, el trabajo del servicio doméstico comenzó a disminuir como porcentaje del empleo femenino, para luego volver a aumentar debido al fenómeno masivo de desplazamiento forzado de finales de siglo. Varios estudios recientes han analizado este fenómeno de desplazamiento forzado y sus efectos en el servicio doméstico como opción laboral para miles de mujeres víctimas del conflicto armado en Colombia (Escobar Cuero, 2022).
Para 1976, el porcentaje de trabajadoras del servicio doméstico como proporción de la población femenina ocupada en las principales ciudades colombianas era del 25%, es decir, una de cada cuatro mujeres ocupadas trabajaba en el servicio doméstico. Para 1985, este porcentaje se había reducido al 16%. Esta importante caída en la proporción de la fuerza laboral femenina dedicada al trabajo doméstico no se debió a una reducción absoluta en el número de trabajadoras domésticas, sino al aumento significativo de la participación laboral femenina en otras actividades, que pasó del 34% al 41%. En 1997, la proporción de la fuerza laboral femenina en el trabajo doméstico había caído al 8% y luego disminuyó gradualmente hasta la cifra actual del 6,7% de la fuerza laboral femenina, lo que representa un total de 656 mil mujeres en todo el país.
Así, el trabajo remunerado de cuidados en el servicio doméstico ha sido, por sus condiciones históricas de subordinación, racialidad, precariedad y relevancia de género, un trabajo de supervivencia frente a mejores alternativas y, por tanto, caracterizado por una gran movilidad. El 97% de este trabajo es realizado por mujeres. Los procesos de modernización, comercialización de los cuidados y crecimiento acelerado de los sectores de comercio y servicios han contribuido a esta importante reducción porcentual de la fuerza laboral femenina empleada en este sector en las últimas décadas. Sin embargo, a pesar de su relativo descenso y de los esfuerzos especiales de regulación dirigidos a él, la presencia del trabajo doméstico ha sido persistente tanto en su dimensión como en sus características de empleo precario e informal, lo que devalúa el trabajo de cuidados de las mujeres en favor de los hogares de clase media y alta. -sectores de ingresos.
En el contexto colombiano, la progresiva comercialización de muchos servicios que antes se realizaban en el hogar (atención médica, restaurantes, jardines infantiles, salones de belleza, etc.), factores sociodemográficos (urbanización, reducción del tamaño de las familias y hogares, etc.) y cambios culturales. (deslegitimación de privilegios, desmantelamiento del heteropatriarcado, etc.), han cuestionado la servidumbre y hecho menos necesario el servicio doméstico, pasando del 25% al 6% de la fuerza laboral femenina en el último medio siglo. Esto ha llevado a transformar las formas de trabajo doméstico, con una importante disminución del trabajo interno -con residencia en el lugar de trabajo-, un aumento del trabajo por jornada y de las relaciones con diferentes empleadores, reivindicación de derechos y creación de organizaciones, y emergente utilización de plataformas digitales que formalizan las relaciones laborales.
[1] En el marco de este proyecto, financiado por el Fondo Nacional de Financiamiento para la Ciencia, la Tecnología y la Innovación Francisco José de Caldas, Minciencias, se encuentran en proceso de publicación tres estudios sobre el trabajo de cuidado doméstico remunerado en Colombia.