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      ¿Y si todas salimos a la calle juntas con miedo? Notas etnográficas de la angustia trasnacional | Cider Uniandes
Diana Ordóñez Castillo | Cider Uniandes
Diana Ordóñez Castillo
estudiante del Doctorado en Estudios Interdisciplinarios sobre desarrollo del Cider
d.ordonezc@uniandes.edu.co
08/04/2024

Marzo 29 de 2024

Voy en el bus de Rosario hacia Buenos Aires, en Argentina, en medio de una lluvia imparable, después de una semana de tormentas, granizo y ventarrones asociados al fenómeno de la Niña. Además del mal clima, esa semana Rosario estuvo conmocionada porque se han juntado varias preocupaciones: un brote de dengue, la crisis económica, los asesinatos, el poder del narco que se hace evidente y la violencia con la que responde el Estado. La ciudad se siente sumergida en el miedo. El comercio está a media marcha, las familias decidieron no enviar sus hijos al colegio, las estaciones de gasolina solo tuvieron servicio hasta las 10 pm, los taxis decidieron no circular a la madrugada. La calle se vació. La noche, tan característica de la dinámica de los argentinos, de jóvenes y viejos, se volvió sinónimo de peligro.

Esta situación en Rosario me hizo revivir la parálisis de una ciudad cuando el miedo se impone como mecanismo de control. Hace dos años, a inicios de mayo de 2022, cuando los grupos paramilitares impusieron un paro armado, gran parte de las ciudades del Caribe colombiano también quedaron sumergidas en un toque de queda por tres días. Después de la relativa calma que se había vivido desde la firma del acuerdo con las FARC-EP en 2016, que los grupos armados ilegales tuvieran la capacidad de controlar un cuarto del país a su gusto fue un estrellón contra la realidad que ostenta el poder armado ilegal en Colombia. Parques desolados un viernes en la noche, carreteras desiertas, vehículos quemados, retenes en los bordes de la ciudad, desabastecimiento de alimentos y de combustibles fueron las capas más evidentes del paro. Otras como la movilización de mercancías hacia los puertos, la connivencia con las fuerzas armadas legales y los asesinatos selectivos ocuparon menos titulares.

Vine a Argentina porque se celebraba el VII congreso de la Asociación Latinoamericana de Antropología “Las antropologías hechas en América Latina y el Caribe en contextos urgentes: violencias, privilegios y desigualdades”, en el que participaba como ponente en el simposio sobre museos y antropología y como oyente en el de sitios de memoria. Este es un evento que reúne la investigación en temas tan variados como la antropología de la música, el deporte, la maternidad. Incluso yo tengo cabida, que no soy antropóloga y que mi investigación es una colcha de retazos multi-inter-trans disciplinar.

Apenas Juan pasa por mí al aeropuerto, me ayuda con la maleta, sincroniza su Spotify de rock en español y me advierte: “Diani, seguro sabés lo que está pasando en Rosario. Está horrible. Los medios no paran de hablar de eso. ¿No te han dicho nada los del congreso?” Qué coincidencia tan cruel. La ponencia que voy a presentar es una reflexión sobre el miedo y la investigación comprometida en museos comunitarios de memoria en Colombia, y justo a los 15 minutos de aterrizar, el temor ya se toma la conversación. Por aligerar el ambiente le respondo que se quede tranquilo, que yo soy colombiana, que he aprendido a estar alerta. Mientras se lo digo, siento algo de rabia por tener que escudarme en que estoy acostumbrada a esa incertidumbre, que me es familiar tener que caminar con prevención y a mantener ese vacío en el estómago.

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En mi investigación de doctorado abordo dos casos de museos comunitarios de memoria del conflicto armado en Colombia en tanto lentes metodológicos para entender repertorios de movilización social. Estos son: el Museo Itinerante de la Memoria y la Identidad de los Montes de María 'El Mochuelo' y la Casa Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de las Mujeres, en el Magdalena Medio. Me he interesado en el rol de las mujeres como agentes de construcción de paz, en la relación de estos museos con la justicia transicional y en las emociones que circulan en estos procesos. Sin embargo, tanto mi experiencia como diseñadora y la dinámica de la relación que alcancé con las organizaciones a cargo de los museos hicieron que mi involucramiento no fuera solamente el de una investigadora externa, sino el de una parte interesada y activa. Mi trabajo ya no solo tenía como objetivo la producción de conocimiento académico, sino que estaba comprometida con aportar al logro de los propósitos que las organizaciones se fijaban. En especial, la relación con la organización a cargo de El Mochuelo, el Colectivo de Comunicaciones de Montes de María Línea 21, ha sido la que más se ha movido en esa dirección.

Estudiar las emociones hizo parte de mis intereses muy pronto cuando me acerqué a los museos desde el enfoque académico. Sorprendentemente, no fui consciente de mi rol produciéndolas, materializándolas en las exhibiciones cuando trabajaba como diseñadora. En cambio, cuando me extrañé de mi profesión, cuando alejé mi mirada y traté de desempaquetar la aparente neutralidad que tienen los museos, las emociones saltaron a la vista. Sin embargo, el reto fue diferente luego. Las emociones estaban por doquier: percibía el miedo, el desconsuelo, pero también el optimismo y el sentido de responsabilidad moral de las comunidades que habían encontrado en el museo un mecanismo para sus luchas; también veía la tensión entre la alegría, el humor, la compasión o la amistad y entre la ira, el descontento y el fastidio que envolvían los procesos que configuraron los museos; o el asombro, la pesadumbre o la contricción que se producían en la en la dinámica del intercambio con los visitantes. Al final, sentía que el museo era una suerte de iceberg que apenas dejaba ver una pequeña fracción de la vastedad emocional que se moviliza en el trabajo.

¿Y si todas salimos a la calle juntas con miedo? Notas etnográficas de la angustia trasnacional</p>
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Frank Meriño

La enorme variedad de emociones de las que me hablaban, que dejaba ver la exhibición y que yo misma experimentaba puso en el centro la pregunta por la metodología de la investigación. ¿Cómo acercarme a las emociones para producir conocimiento sobre ellas? Mi formación no es en sicología, ni en antropología, y me parecía irresponsable y poco ético aplicar unas entrevistas o unas encuestas para preguntar por las emociones de otros, particularmente en el contexto de violencia colombiano. En cambio, yo soy diseñadora industrial y de museos, tengo formación en estudios sociales de la ciencia y en estudios sobre desarrollo, memoria y paz, así que esto ha hecho que la práctica haya sido lo que ha alimentado mi producción teórica. Entonces la respuesta fue esa misma: mi abordaje sería pensar haciendo, sentir pensando. Por eso, investigar colaborativamente, de forma comprometida e involucrada me parecía el camino más honesto para abordar mi inquietud. Por eso me convertí en tallerista, diseñadora o parte de los equipos de gestión de los museos.

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Una semana antes del congreso en Rosario, sicarios al servicio del narcotráfico asesinaron a cuatro personas. Tres conductores y un trabajador de una estación de gasolina, escogidos al azar, fueron ejecutados a quemarropa. Los asesinatos se dieron como respuesta al endurecimiento de las políticas penales y carcelarias que ha impuesto el gobierno de turno, y en el marco de la violencia desatada por el aumento del poder del narco a lo largo del río Paraná. La respuesta del gobierno —tan predecible como burda—, fue un espectáculo mediático de demostración de fuerza, que incluyó a la vicepresidenta, en un traje abullonado rosa, haciendo una prueba con perros de las fuerzas de seguridad[1]; con razón, la reacción de los rosarinos fue aislarse, temer y retraerse en su casa. Se fraguó el coctel del miedo: dos antagonistas demostrando quién es capaz de ejercer más violencia y la gente quedó cruzada en el fuego simbólico y material.

“El estado nunca nos falla”, ironiza una de las encargadas en el Museo de la Memoria en Rosario cuando me describe la parafernalia desplegada por el gobierno esa semana, militarizando la calle, acordonando con retenes los bordes empobrecidos de la ciudad, deteniendo a las personas que se dedican al reciclaje, a cualquiera que se vea diferente al estándar rubio de ojos claros que dejó la migración europea en este país. Un taxista nos cuenta que sus pasajeros militares reclamaban entre risas y quejas que solo los llevaron para la foto. ¿Acaso qué estarían esperando?, me pregunto. Al tiempo, el papá de una de las víctimas le reclama al gobierno que “están manejando las cosas muy mal…cuando empezaron con este sistema Bukele –en las cárceles–, los que pagamos los platos rotos somos nosotros”[2]. A pesar del dolor, el hombre desenmascara la retórica de la seguridad nacional, tan útil para camuflar el abuso de autoridad.

Ya sea en Rosario, en Montes de María o en el Magdalena Medio, el miedo no deja de acompañarme en mi trabajo. El miedo que infunden actores legales e ilegales. El miedo que desatan las violencias directas y el miedo constante que surge de fuerzas de dominación profundas. El miedo de las mujeres a salir de noche solas, el de la gente que prefiere evitar la calle, el mío que cargo por miles de kilómetros, el de Juan, el de mis amigas que les impide salir a marchar. El miedo que producen los insensatos, pero también el que se alimenta de la reproducción calculada del orden social que nos domina. Se hacen evidentes las micropolíticas del miedo, en palabras de Pilar Calveiro, aquellas que promueve la autopreservación a partir de la sospecha y el aislamiento de los otros[3].

Lo que vine a presentar en el congreso, sin embargo, no es sobre cómo se reproduce el miedo sino cómo es posible transformarlo. Lo que quiero discutir es lo que me han dejado ver los museos comunitarios sobre la posibilidad de trascender la dimensión individual de las emociones y así contrarrestar el aislamiento y el ocultamiento. Dora, una de las lideresas de la Casa de las Mujeres, lo resumió así: “si yo estoy en mi casa sola, con miedo, y usted está sola en su casa, con miedo, por qué no mejor salimos juntas a la calle, con miedo”.

Esa frase desenredó el nudo de las emociones con las que me he encontrado en estos cuatro años de la investigación, y me enseñó la puntada de entrada para destejer una de ellas. Hizo evidente la transformación de los efectos del miedo cuando se adopta solidariamente. La experiencia que Dora me contaba sobre el momento en el que las mujeres decidieron juntarse, aun sintiendo miedo, hizo evidente que la colectivización de sus emociones es una de las condiciones en las que se apoyan los mecanismos de resistencia que han desplegado estas comunidades ante las violencias. Salir a la calle juntas con miedo ha sido un desafío a esa micropolítica del encierro, de la retracción y la parálisis.

La frase de Dora resuena incluso en un contexto (desafortunadamente ya no tan) diferente como el argentino. El final de este viaje coincide con el Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, que se celebra cada 24 de marzo. En este año, bajo un gobierno abiertamente negacionista, que coquetea con el indulto a los militares juzgados como perpetradores de crímenes de lesa humanidad, esta celebración ha vuelto a recordar que los acuerdos logrados y los derechos alcanzados son luchas constantes. La gente salió a la calle para manifestarlo. De nuevo, las abuelas y las madres salieron a la calle, ya tan viejas y en sillas de ruedas, seguro impulsadas por la desazón que producen las medidas libertarias, los despidos masivos y la desfinanciación en la que se ha traducido el desmonte del Estado.

De las emociones se ha dicho que son el eslabón entre la agencia y la estructura. Un cartel pegado en la Plaza de Mayo en Buenos Aires que dice “El odio lo vence la bronca organizada” me hace pensar en eso. También me recuerda a Catalina Pérez, una de las lideresas del movimiento campesino y la restitución de tierras en Montes de María, y su insistencia en la necesidad de la organización.

Al final, así como la angustia ha marcado este viaje también me han acompañado los miedos solidarizados y las broncas organizadas que se toman la calle. Otro país me ha dejado ver la dimensión de la agencia cuando se han colectivizado las emociones y, a la larga, la capacidad de la acción colectiva cuyo sustrato es la comunalidad del afecto.

 

 

[1] Tendencias en Argentina (@porqueTTarg) “Patricia Bullrich: por este video de la demostración de los perros de seguridad” Twitter, marzo 19, 2024, https://twitter.com/porqueTTarg/status/1770095850359853397

[2] “Papá de Bruno: “Empezaron con este sistema Bukele y pagamos los platos rotos nosotros”. Rosario 3, marzo 14 de 2024, https://www.rosario3.com/informaciongeneral/Papa-de-Bruno-Empezaron-con-este-sistema-Bukele-y-pagamos-los-platos-rotos-nosotros-20240314-0048.html

[3] Calveiro, Pilar. “Víctimas del miedo en la gubernamentalidad neoliberal”. Revista de Estudios Sociales 2017, núm. 59 (2017): 134–38. https://doi.org/10.7440/res59.2017.11.

 

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