Volver la mirada a lo comunitario
Claudia Lobatón Villavicencio, estudiante de la Maestría en Género y la Maestría en Estudios Interdisciplinarios sobre Desarrollo
Doña Rosa tiene una historia de resistencia. Ella llegó a vivir a Bogotá siendo niña y de forma involuntaria y lejos de borrar sus tradiciones y el conocimiento que había acumulado en torno a la tierra, apostó por la construcción de comunidad y la recomposición del tejido social por medio de la Granja Escuela Agroecológica Mutualitas y Mutualitos. Esta granja, resultado de un esfuerzo colectivo, está situada en el barrio La Perseverancia, y se ha constituido en una invitación a pensar en comunidad en espacios urbanos que se caracterizan, por lo general, por celebrar el individualismo del “desarrollo”.
Esta invitación resuena con el trabajo del Semillero del Postdesarrollo, donde nos hemos propuesto generar debates que nos permitan imaginar formas alternativas de vivir y de enunciar la existencia. La Granja propone un modelo de resistencia que implica volver a lo común y cuestionar los despojos del progreso. Una ruptura con la idea lineal de desarrollo, que generó una falsa promesa de bienestar, a cambio de una producción incesante que dejó como consecuencia territorios explotados y comunidades excluidas. De hecho, la iniciativa de Doña Rosa se levantó en un lote que era usado para arrojar desperdicios y fue desde la minga[1], desde el trabajo colectivo, que se resignificó el espacio.
Al llegar a la Granja, todos los visitantes recibimos un vaso descartable; pero al final del recorrido solo una persona lo conservaba. Ella fue la única consciente de la existencia de ese objeto que eventualmente se convertiría en desecho. Doña Rosa le cambió entonces el vaso por una mata. Esto resuena con las labores pedagógicas de la Alcaldía de Bogotá que señala “que la basura no se [debería volver] paisaje". “La basura es un error de diseño”, plantea la economía circular. Pero ¿qué está mal diseñado? ¿Lo que consumimos y utilizamos o el sistema? ¿Cómo se convive con las más de 9 mil toneladas de basura que produce Bogotá diariamente según cifras de Greenpeace Colombia? En la Granja conviven lo orgánico y la inevitable huella de lo urbano: bolsas de leche, cartones y botellas, objetos que se convierten en materas o casas para aves de corral.
A primera vista, la granja tiene como objetivo generar procesos productivos que contribuyan a la economía local y que faciliten el acceso a productos orgánicos a un número mayor de personas. Sin embargo, el proyecto va más allá, la iniciativa incluye la coordinación con campesinos y campesinas que se forman en agricultura orgánica y que están cambiando sus formas de cultivo, dejando de lado los agroquímicos y optando por regresar a la clasificación de las especies que se benefician al crecer juntas, protegiéndose de plagas y mejorando el uso de la tierra. Al llevar los productos de este campesinado a mercados mutuales, se logra transcender el simple intercambio de bienes por dinero y se construye un acto político que muestra el poder de la autogestión y la capacidad de las comunidades de abastecerse a sí mismas.
En conjunto, pudimos observar que la Granja es una experiencia llena de aprendizajes sobre lo colectivo para quienes han sido socializados en lo urbano y desde visiones individualistas, de competencia y mercantiles. Poco antes de cerrar el recorrido, Doña Rosa nos mostró un proyecto aún por terminar: la construcción de una pequeña biblioteca. El espacio está hecho en madera y busca imitar la forma de una paloma. “La paloma de la paz”, nos explica Doña Rosa, pues resistir y repensar lo comunitario es también una declaración de paz.
Con esta salida el Semillero consolida su apuesta de articulación con procesos organizativos y avanza en el conocimiento de diversas experiencias que contribuyen a las alternativas al desarrollo, a visiones no hegemónicas del bienestar.
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[1] La minga es el trabajo colectivo, generalmente entre amigos o vecinos. Tradicionalmente, luego de la minga, los participantes comparten algún alimento entre todos.