La agenda feminista, intelectual y política, desde hace muchas décadas ha puesto el cuidado en el centro de su quehacer. Las premisas fundamentales tienen que ver con: uno, que el cuidado es trabajo y es parte vital de la economía. Dos, que históricamente en distintas sociedades ha estado a cargo de las mujeres y de otros sujetos feminizados lo que ha supuesto una sobre carga para sus vidas. Tres, que ha sido una labor desconocida simbólica y económicamente por la sociedad patriarcal. Y cuatro, que sin cuidado no hay sociedad, ni economía ni bien-estar posible. El cuidado, como plantea Tronto (2013), es una “actividad de la especie humana que incluye todo lo que hacemos para mantener, continuar o reparar nuestro `mundo´, de modo que podamos vivir en él de la mejor manera posible”, por lo cual ha sido un elemento fundamental para la sobrevivencia de la especie humana y la conformación de distintas culturas y tradiciones históricas.
Con estas claridades en mente, la agenda feminista ha avanzado, no en la velocidad ni profundidad que se requiere, en políticas públicas que mal que bien han puesto en el centro la preocupación por el cuidado. Recientemente, por ejemplo, fue aprobado en primer debate en el Concejo de Bogotá el Proyecto de Acuerdo para institucionalizar el Sistema de Cuidado de la ciudad. Quienes hemos hecho parte de la construcción de políticas públicas sabemos de la importancia de la institucionalización de programas pues esto permite que dichas iniciativas no queden al vaivén de las administraciones de turno y que puedan contar con el presupuesto necesario para una ejecución digna.
Sin duda alguna este es un paso de gran importancia que debe ser reconocido en general como un logro de la agenda feminista, y en particular como un esfuerzo mancomunado de las mujeres organizadas en Bogotá, entre ellas del Consejo Consultivo de Mujeres. Sabemos también desde los feminismos que siempre requerimos estar remirando las bases de nuestro pensamiento y que como corresponde al pensamiento crítico, es benéfico para el cambio social ir complejizando nuestras propias premisas. En ese sentido, quisiera plantear algunas ideas claves no solo para la acción estatal en torno al cuidado, sino también para el cuidar de lxs otrxs en espacios como las familias, las instituciones y los procesos organizativos.
Institucionalizar un sistema de cuidado debe abstenerse de reproducir los estereotipos de género, por lo cual le corresponde también priorizar un trabajo de cambio cultural que ponga en el centro la obligación de todas las personas de cuidar de lxs otrxs. La política pública debe desde luego atender a las mujeres cuidadoras, pero debe así mismo impulsar la redistribución del cuidado para que este no siga recayendo principalmente en las mujeres; y sea, como plantea Amaia Pérez (2014), asumido por las familias (hombres y mujeres), el Estado y el mercado.
La mirada patriarcal del cuidado no es solo responsable de un sentido común que estipula que es responsabilidad de las mujeres cuidar, que esto no debe ser pago o que si se remunera debe serlo por lo más bajo (como ocurre con muchas señoras que trabajan en el servicio doméstico); sino que es igualmente responsable de la reproducción de estereotipos sobre quiénes son las cuidadoras. Esto ha llevado a asumir que quien cuida es una mujer sumisa y/o tradicional, y a convertir en mandato que cuidar implica olvidarse del si mismo. Esto saca del radar del reconocimiento simbólico como cuidadoras a mujeres que han tenido trayectorias políticas, o que se caracterizan por personalidades fuertes que incluso rompen con los estereotipos de lo femenino y que al tiempo que cuidan buscan mantener sus proyectos de vida.
Por otro lado, como sabemos de sobra las feministas, el patriarcado no funciona sin la anuencia de las propias mujeres, por lo cual el cuidado no es una práctica exenta de poder. Reproducir los estereotipos de sumisión y de mujer tradicional no supone nunca la suspensión del poder que las mujeres, aún en condiciones de desventaja, tienen sobre otros y otras. Por eso, una política pública debe contribuir a problematizar las subjetividades femeninas y las formas de ejercicio de poder, pues para algunas mujeres el cuidado se convierte en una forma de ejercer poderes tradicionales que pueden anular a otras mujeres, sujetos feminizados e incluso a hombres en condiciones de desventaja. Los usos del poder en torno al cuidado pueden así mismo conllevar a asumir condiciones privilegiadas en espacios organizativos e institucionales que de nuevo van en detrimento de otras y otros, y de los procesos colectivos en general.
Esto hace aún más urgente repensar que tipo de cuidado es el que más beneficia a la sociedad en su conjunto y a quienes cuidan en particular. Un cuidado que conlleva a que el bien-estar de quien cuida quede en un segundo plano no es solo injusto para quien asume esta labor, sino que no contribuye a otra premisa de la reflexión feminista: la sostenibilidad de la vida. Cuidar a personas mayores, enfermos, niños, niñas y otras mujeres y hombres en condiciones especiales, no puede significar el acotamiento de la vida de lxs cuidadorxs.
Por esto es importante preguntarse por qué tipo de cuidado se requiere. Un cuidado relacional es fundamental toda vez que se trata de reconocernos todxs como seres de igual valor en comunidades específicas y con obligaciones mutuas en distintos espacios. Cuidar es relacional porque hay cuidado mutuo y porque se cuida en comunidad. Esta práctica de sostenibilidad de la vida no puede seguir recayendo en una sola persona, pues la inversión de tiempo y el desgaste físico y emocional es altísimo, por lo que, por ejemplo, al interior de las familias, debe ser una responsabilidad compartida por el conjunto de sus integrantes.
El cuidado relacional implica también que su práctica en unos lugares no puede terminar por afectar el bien-estar de otras personas en diversos espacios. Problematizar, empujar si se quiere, las reflexiones feministas del cuidado, es una tarea fundamental en consonancia con trayectorias históricas como las de las luchas de las mujeres trabajadoras que en este mes de marzo conmemoramos y quienes reivindicaron su derecho a un trabajo digno. Este supone sin duda la redistribución, reorganización y re-imaginación del cuidado.