María Cecilia Roa | Cider Uniandes
María Cecilia Roa García
profesora asociada del Cider de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes
22/04/2025

En el libro El Espíritu de la Esperanza (2024), Byung-Chul Han presenta una diferencia radical entre el optimismo y la esperanza como respuestas a las realidades del mundo actual. Para Han, el optimismo elude la negatividad, la duda y la desesperación. El futuro solo ofrece posibilidades de mejorar porque las soluciones están disponibles al alcance de todos, si nos esforzamos lo suficiente. Para los optimistas no hay desviaciones en la trayectoria del tiempo y en consecuencia no hay necesidad de tomar riesgos. Basta con montarse en el tren de las soluciones, confiados en que todo saldrá bien porque no hay nada inesperado ni incalculable en el horizonte.

Este año el lema del día de la Tierra es “Nuestra Energía, Nuestro Planeta” y la información que aparece en la página de la organización EarthDay, promotora del día de la Tierra desde hace 55 años, es un llamado a encontrar soluciones a la crisis ambiental del planeta. Dice la página que necesitamos soluciones audaces, creativas e innovadoras. Que se requerirá acción en todos los niveles, desde el sector de negocios e inversiones, hasta las ciudades y los gobiernos nacionales. Que los individuos tenemos mucho poder e influencia como consumidores y miembros de comunidades que se pueden unir para el cambio. La invitación de EarthDay para este año es a unirse en torno a tres ejes: Primero, triplicar la generación de energía renovable de aquí a 2030 aprovechando plenamente las abundantes fuentes solar, eólica, hidroeléctrica, geotérmica y mareomotriz. Segundo, empoderar a las comunidades de todo el mundo con energía limpia y accesible para que puedan generar crecimiento económico y empleo, fomentar la equidad y mejorar la salud de miles de millones de personas. Y tercero, difundir las energías renovables por todo el planeta para combatir el cambio climático, preservar la biodiversidad y eliminar la dependencia de los combustibles fósiles.

El optimismo energético del Día de la Tierra es muy atractivo en su simplicidad. Las estructuras sociales y políticas del sistema energético que reproducen los problemas ambientales y sociales no aparecen en su horizonte. Las injusticias y contradicciones de la tecnociencia no se incluyen en su agenda. Los límites físicos de los minerales y la energía para producir la tecnología de las renovables son convenientemente ignorados. El optimismo energético parece estar actuando como un placebo, cuando ciertos países o grupos sociales no quiere salir de su cómoda burbuja de seguir haciendo todo igual, pero con fuentes renovables de energía.

Ejemplos del optimismo energético son abundantes. El de moda es la dupla inteligencia artificial - energía nuclear para mitigar el cambio climático. La IA se perfila como la nueva herramienta para analizar la cada vez más compleja información climática, incluyendo las emisiones de gases de efecto invernadero y predicciones para ciudades y países que enfrentan eventos climáticos cada vez más catastróficos. Hasta ahora el mayor uso que se le está dando a la IA por parte de las grandes compañías como Google e IBM es en optimización y eficiencia energética para centrales de datos, rutas aéreas y marítimas, el uso de agroquímicos y redes eléctricas. La IA será una nueva forma de liberar energía para poder usarla en la expansión de las centrales de datos que se seguirán necesitando a medida que crece la demanda por IA. En gran medida la IA y la energía reflejan la conocida paradoja de Jevons o efecto rebote, es decir que a mayor eficiencia mayor consumo pues la energía liberada en una actividad será usada en otra, sin lograr reducir su uso.

Mientras eso ocurre, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) plantea que la energía nuclear es la fuente de energía “limpia” que podrá alimentar los centros de datos. Se estima que los actuales centros de datos usan más energía que la mayoría de los países del mundo. Según Bloomberg, solo 16 países, incluyendo China y Estados Unidos usan más energía que los centros de datos, con proyecciones de que la demanda seguirá creciendo a un ritmo vertiginoso. La AIE predice que la demanda mundial de electricidad de las centrales de datos se duplicará con creces en los próximos cinco años, lo cual provocará un aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero modera la alarma diciendo que este aumento podría compensarse con la reducción de emisiones que permitiría la IA si se generalizara su adopción, lo cual será posible si se aumenta la capacidad de generación eléctrica de centrales nucleares que puedan alimentar los centros de datos.

Este absurdamente optimista escenario energético está convencido de que las cosas tomarán un rumbo positivo, sin escuchar las advertencias sobre lo que se ha demostrado que no funciona o lo que puede salir mal. Sin entrar a especular sobre la inteligencia artificial generativa que aprende bajo los supuestos del optimismo tecnocientífico, la confianza en la energía nuclear desconoce los altos costos de los grandes reactores y la inexistencia de los pequeños reactores modulares, los largos tiempos que requiere su construcción, la alta producción de desechos radiactivos para los que aún no hay solución, y los altos riesgos de seguridad tanto física en el lugar donde se produce la energía, como en el ciberespacio. El desarrollo de la IA y el optimismo nuclear como la nueva panacea para los problemas ambientales son ciegos a la materialidad y compleja organización que requieren su construcción y funcionamiento.

¿Qué nos queda entonces? Para Han lo que hay que cultivar en estos tiempos de alta incertidumbre y riesgo es la esperanza. Un sentimiento muy distinto al optimismo. La esperanza es la hija de la desesperación, pero también de la contemplación, de su inclinación atenta y su receptividad a un horizonte amplio de posibilidades inéditas. La esperanza es algo que se cocina lentamente a partir de preguntas esenciales que puedan ser debatidas socialmente.

Entonces, el reto para el día de la Tierra no es simplemente creer que todo tendrá solución si nos unimos a la meta de tener más energías renovables. El reto consiste es hacer preguntas difíciles que cuestionen nuestra relación social, política y filosófica con el alimento, el agua, el suelo, el sol, los combustibles fósiles, el uranio, el litio, el mercado, la inteligencia artificial, la selva, los bonos de carbono, y todo aquello que parezca una solución fácil al problema que define la era que estamos viviendo.

 

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