La democracia, como tantas otros conceptos y promesas de la modernidad capitalista, está en crisis. No hay certezas sobre lo que se puede esperar de ella. Por ejemplo, no hay certeza de si será protagonista de las transformaciones sociales que se gestan alrededor de los futuros energéticos del mundo, pues los giros recientes de grandes “democracias” han mostrado una total falta de comprensión y compromiso con la crisis climática y sus consecuencias. La desesperanzadora encrucijada de un planeta cada vez más caliente e inhóspito para la vida, con una estructura de gobernanza climática anquilosada y anclada a los imperativos económicos supranacionales, es materia oscura para el pensamiento político.
La filósofa y politóloga norteamericana Wendy Brown, dedicada en años recientes a desentrañar la crisis política frente al desafío del Antropoceno, se centra en el concepto de libertad para lanzar una hipótesis y abrir un camino de imaginación y discusión con una perspectiva más amplia que la basada meramente en el problema de la economía capitalista. Su diagnóstico es que la práctica política dominante en el mundo occidental se ha basado en ideas de la libertad ya sea como una forma de dominio y dominación (la libertad como el derecho a dominar, explotar o subyugar), como una forma de oponerse a la política (la libertad como al derecho a ser dejado en paz y al margen de cualquier impedimento de ejercer la voluntad individual), o como la disolución de la política (la libertad como la posibilidad de prescindir del Estado y sus camisas de fuerza). La hipótesis que deriva de estas observaciones es que otra política es posible, basada en otras concepciones de libertad, orientada por la crisis climática y basada en la capacidad humana de gestionar los poderes sistémicos que ha creado.
El abordaje del Antropoceno desde la política es cada vez más necesario, puesto que es desde la política que se han creado, construido y afianzado los modelos económicos responsables de las crisis sociales y ecológicas. Sin embargo, el desprestigio y deterioro de los sistemas políticos, la escala y rapidez del desafío climático, y la manipulación, desinformación y angustia de la gente, hacen que la política se vea como un camino intransitable. Esta paradoja, como dice Wendy Brown, “que la política es nuestra única esperanza, pero sin esperanza” (2022, p. 5), es el síntoma de que la política debe ser cuestionada, repensada y reformulada, pues de lo contrario seguirá bloqueada en prácticas institucionalizadas como el dominio de las élites, la mercantilización de la naturaleza, y la imbricación de la libertad con esta dominación.
En este contexto, la democracia es una aspiración mucho más ambiciosa que la enunciada en su origen griego. La democracia, para Brown, requiere ser entendida como la posibilidad de que el colectivo social gestione sus propias creaciones políticas de tal forma que mantengan su objetivo de construir una vida que merezca ser vivida por todos los seres del planeta. Esta visión de la democracia entraña la comprensión de la libertad como interdependencia y como convivencia, y requiere una redefinición radical de nuestros asuntos comunes para incluir a la madre tierra y todos sus habitantes humanos y no humanos.
Lo que es curioso de esta propuesta de transformación política es que se acerca de manera insospechada a las prácticas democráticas cotidianas (y en muchos casos reprimidas o ignoradas por los Estados) del Sur global. La riqueza de la experiencia de miles de pueblos y colectivos que definen la vida como un entramado de relaciones de reciprocidad y cuidado, es tal vez lo que podrá ofrecer un pluriverso de modelos para la práctica de la política, la libertad y la democracia para el Antropoceno.
Referencia
Brown, W. (2022) Rethinking Politics and Freedom in the Anthropocene. Occasional Paper 68. Institute for Advanced Study.