La presidencia de la república ha convocado a la ciudadanía a participar de la gran sembratón que se llevará a cabo el próximo 21 y 22 de marzo (Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, 2020) y cuya fecha se encuentra en reprogramación. Se espera con esta iniciativa sembrar cinco millones de árboles como estrategia para restaurar los ecosistemas nacionales y asegurar así los servicios ecosistémicos que éstos proveen.
Desde la ontología política, esta iniciativa muestra claramente las relaciones de los ciudadanos y sus territorios, despierta simpatía y llama a sensibilizarse con la problemática ambiental. La medida supone que todos los colombianos nos sentimos igualmente identificados en relación con las consecuencias de la deforestación y que, por tanto, deberíamos participar en la gran siembra. Muy a pesar de las intenciones (cualquiera que éstas sean), la propuesta desconoce otras formas de conocimiento que permiten relaciones distintas con el ambiente, así como otras sensibilidades. Las relaciones climáticas, por ejemplo. Los campesinos saben que en muchos lugares aún no es tiempo de siembras; las heladas o las sequías, eliminan cualquier nuevo brote y las lluvias dinamizan el ciclo de nutrientes para que con el comienzo de las lluvias se alcance el mejor estado para la germinación.
Ignorar el conocimiento de un país con raíces agrícolas, no es más que la expresión de la modernidad, que desconoce los ciclos climáticos, pero que se motiva con el imaginario de salvar el Amazonas con siembras en jardines y reservas privadas, mientras que las verdaderas problemáticas ambientales se expresan en zonas en donde la ausencia del Estado facilita la explotación de nuestros recursos naturales con actividades ganaderas y de minería ilegal.
Por otra parte, con el llamado en medios, el gobierno busca la expresión de la agencia ciudadana, para que las siembras se adopten como esa acción individual que aporte en la transformación del entorno para alcanzar una buena calidad de vida (Listes, 2004 en Leff, 2017) para todos. La “calidad de vida” difiere en significado para cada uno; sin embargo, el uso de un tema sensible es siempre una oportunidad para mejorar los indicadores de popularidad.
La sembratón, es el reflejo de un discurso que, en palabras de Blaser (2013), no es funcional de cara a la crisis planetaria (ni nacional), precisamente porque se disfraza de colectivo e interdisciplinario, pasando por alto los conocimientos, prácticas, y creencias sobre el ambiente que tienen distintos grupos humanos y que actualmente se reconocen como herramienta de gestión de los recursos naturales con apropiados resultados de sustentabilidad.
¿Con qué vamos a restaurar nuestros ecosistemas? Lo importante según el mensaje es el número de árboles, meta que se estableció en 180 millones para final del año, pero que ignora la diversidad de los ecosistemas que son el principio de la propuesta. Las cuantificaciones planteadas, son propias de un modelo económico que busca contabilizar el precio de la sobre explotación de los recursos y de la contaminación que se deriva de los procesos de producción y de mercado (Leff, 2017), y que supone que pueden resarcirse con acciones cuantitativas que, no obstante, no pueden compensar el daño aunque se pretenda que sí.
En conclusión, propuestas como la Sembratón demuestran que nuestra política ambiental está lejos de convertirse en política ecológica en donde se incluya y se reconozca nuestra diversidad social y biótica. Por el contrario, sigue mostrando tensiones heredades de otros modelos que se continúan replicando para responder a problemáticas actuales.