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Para pensar la sustentabilidad desde las formas del ser por medio de una transición en los hábitos de consumo contemporáneos es necesario analizar primero las matrices de significado del antropocentrismo y del capitalismo implícitas en los hábitos de consumo de carne y lácteos. Para esto presento una crítica a dichos hábitos de consumo desde el ecofeminismo y el antiespecismo. Lo anterior con el fin de proponer cambios al consumo de carne y lácteos por medio de la transición hacia un consumo feminista, antiespecista y vegano. Por último, se justificará el cambio ontológico en las formas de ser a través del consumo que es necesario para que esta transición pueda reducir el impacto ambiental de la agroindustria ganadera y la explotación animal.
El antropocentrismo parte de los planteamientos del humanismo que ponen al ser humano como centro del mundo para que todo lo que lo rodea, en sentido estricto, esté disponible para su servicio. Esto se derivó en una comprensión utilitaria de lo no-humano, bajo la noción de recursos naturales o de bienes que pueden ser usados, colonizados y explotados de manera ilimitada. El antropocentrismo fue potenciado por el capitalismo cuando el consumo pasó de ser un ciclo metabólico permanente e inamovible de la supervivencia biológica del ser humano, a ser un canonizador de los patrones de relaciones interhumanas (Bauman, 2007).
Desde una perspectiva ecofeminista frente al consumo Mies (2014) destaca que si bien los patrones contemporáneos de consumo son insostenibles a nivel mundial, estos son tremendamente desiguales entre países del Norte y Sur global. Por lo que se debe abogar por prácticas de consumo que liberen al consumidor “bajo la creencia de que la subjetividad no solo pertenece a los seres humanos sino también a los seres no humanos” (Mies, 2014, p.254). Por consiguiente, una lectura ecofeminista hacia los hábitos de consumo contemporáneos, basados en la ontología del antropocentrismo, más que enfocarse en patrones de relaciones interhumanas (Bauman, 2007) debería enfocarse en las relaciones extrahumanas por relacionamiento con lo no-humano.
Con respecto a los seres no humanos, Donovan (1990) define el concepto de especismo al señalar que la vida humana se ha tomado como más valiosa que otros tipos de vida y enfatiza que el especismo es análogo al sexismo ya que “la dominación de la naturaleza, arraigada en la psicología masculina, posmedieval y occidental, es la causa subyacente del maltrato a los animales, así como de la explotación de las mujeres y el medio ambiente” (p. 360). La equivalencia de la mujer, la naturaleza y los animales como entidades sometidas a la explotación y opresión fue ilustrado a través del consumo de carne.
Adams (2016) realiza un complejo recuento histórico de la política sexual en el consumo de la carne y explica que existen opresiones comunes y equivalentes para las mujeres y los animales en la institucionalización de los valores patriarcales debido a un ciclo de “objetivación, fragmentación y consumo” que vincula la carnicería y la violencia sexual:
La objetivación permite que un opresor vea a otro ser como un objeto. El opresor luego viola este ser mediante un tratamiento similar a un objeto: por ejemplo, la violación de mujeres que niega a las mujeres la libertad de decir que no, o la carnicería de animales que convierte a los animales de seres vivos en objetos muertos. Este proceso permite la fragmentación o desmembramiento brutal, y finalmente el consumo (…) el consumo es el cumplimiento de la opresión (Adams, 2016, p. 27)
Estas aseveraciones son profundamente dolorosas porque el sujeto, animal o mujer, es objetivado y despojado de su significado ontológico: por ejemplo, al no llamar a la carne como un cuerpo asesinado desprovisto de vida, que es lo que realmente es; además de las experiencias de sufrimiento que implica la violación sexual y la muerte.
Al respecto Balza (2020) reitera que la explotación de las mujeres y la de los animales son modos de una misma opresión patriarcal y busca analizar cuál es la estructura ontológica común compartida por mujeres y animales no humanos. Para esto, Balza (2020) parte por criticar la ontología especista que se caracteriza por las división dualista entre humano y animal que se materializa en la cuestión de la carne puesto que la carne de los animales, como materia inerte, ha implicado convertirlos en objetos y un ser vivo, en tanto que objeto, se vuelve mercancía para el consumo.
Para la transición y el cambio de la ontología especista, Balza (2020) propone una ontología materialista que sea monista, y no dualista, para entender a la materia, la naturaleza y los animales no como objetos pasivos, sino como seres animados, con agencia y vitalidad. Esta ontología puede abogarse desde los feminismos materiales para repensar los hábitos de consumo que separan el cuerpo (humano) y la carne (animal, comestible), no como entidades separadas y duales, sino como que el cuerpo es carne (Balza, 2020). Por ese motivo cualquier violencia ejercida contra un humano o animal es equiparable y, asimismo, ninguna violencia debería aceptarse hacia ningún cuerpo – hacia ningún ser animado, vivo y con agencia.
Asimismo, la cultura económica del consumo y producción industrial de carne y lácteos se sostiene en la violencia sexual (Adams 2010, 2016; Balza 2020). En la agroindustria ganadera y láctea las vacas son inseminadas artificialmente por métodos violentos con el fin de producir terneros y leche, procesada posteriormente en sus derivados, para nuestro consumo. Este consumo, en palabras de Rising (2013) diariamente perpetúa la violación sexual y cualquier mecanismo de violencia debería ser detenido – sin importar si la víctima es humana o no humana. El hábito de consumir carne y lácteos es una violencia innecesaria que naturaliza y perpetúa mecanismos de opresión.
Las mujeres, como mamíferos que lactan, podemos experimentar más de cerca la red de objetivación, fragmentación y consumo (Adams, 2016) que la misma autora (2010) propone enfrentar por el “proceso de atención, consciencia del presente (nowness) y compasión” (p. 315). Prestar atención a esos mecanismos de opresión, ser conscientes de ellos en nuestras decisiones de consumo y tener compasión por los otros seres vivientes puede acercarnos a la liberación del consumidor que propone el ecofeminismo (Mies, 2014). Lo anterior se puede lograr por medio del veganismo que propone una alimentación que restrinja cualquier tipo de alimento producto de un animal o de su trabajo. El veganismo propone a la vez un consumo feminista y antiespecista para reducir el impacto ambiental de la agroindustria ganadera y la explotación animal.
En conclusión, es necesario criticar la ontología unívoca y dualista del antropocentrismo, del pensamiento occidental masculino que postula el dominio de la naturaleza y como consecuencia el maltrato animal, la explotación de las mujeres y del medio ambiente (Balza, 2020; Mies 2014) y que concibe al ser humano como centro separado de todas las entidades vivientes. Para pensar la sustentabilidad desde las formas de ser por medio de la transición al consumo feminista, antiespecista y vegano es de utilidad pensar en la ontología monista de los feminismos materialistas (Balza, 2020) para aproximarnos de manera atenta, consciente y compasiva a las entidades vivientes no humanas.
Bibliografía
Adams, C. (2010). Why feminist-vegan now? Feminism & Psychology, 20(3), 302–317.
Adams, C. (2016) 1. The sexual politics of meat. En: The sexual politics of meat: Afeminist-vegetarian critical theory (edición del ventiavo aniversario). New York:Bloomsbury revelations series
Balza, I. (2020). Si esto es una vaca. Feminismo y biopolítica de la carne. Ideas Y Valores,69 (172), 151-167. doi:10.15446/ideasyvalores.v69n172.63847
Bauman, Z. (2007). Vida de consumo. Fondo de Cultura Económica.
Donovan, J. (1990). Animal rights and feminist theory. Signs, 15(2), 350–375.
Rising, D. (2013). Happy rape, happy meat. En: Defiant Daughters : 21 Women on Art,Activism, Animals, and the Sexual Politics of Meat. Lee, W., & Davis, K. LanternBooks.