Antes de imaginarnos qué queremos del mundo después de la pandemia, vale la pena hacer una reflexión sobre lo que estamos viviendo. La crisis pone en mayor relieve problemas de la sociedad que han estado presentes por muchos años como por ejemplo el precario sistema de salud, la inequidad en el acceso al agua, la desigualdad social, la desvalorización del campo y la agricultura, la precarización laboral y el privilegiar el capitalismo antes que el cuidado de la vida. En estos días, el “lavado de manos” o “quedarse en casa” no son actos a los que todas las personas tengan acceso. Esta nueva situación ha permitido que tengamos mayor conciencia de nuestra interdependencia con todas las personas en una compleja y delicada red de relaciones, al igual que con otras formas de vida con las que co-existimos.
La pandemia nos ha generado incertidumbre y miedo porque sabemos que no podemos controlarla. Pero el miedo y el confinamiento se han transformado en una oportunidad para reflexionar y al mismo tiempo forjar la esperanza de que esta situación nos permitirá re pensarnos y ser diferentes: privilegiar la solidaridad, la responsabilidad y la consciencia del impacto de nuestros actos como especie. Creemos que puede surgir un sistema diferente en el que se privilegie la vida frente a la economía, en el que se mejore el acceso a la salud, las condiciones del personal médico y las instituciones de salud en todos los países. Del mismo modo puede permitir que redefinamos qué es vivir bien: compartir con la familia, tener salud, que los demás estén bien, pertenecer a una comunidad, cambiar el concepto de bienestar que tenemos todos los seres humanos, que está ligado a lo económico, a la producción y al consumo. El Covid-19 a nivel mundial nos ha llevado a replantear la manera en que nos relacionamos entre nosotros y con nuestro entorno. El acelerado ritmo de vida que llevamos, el individualismo característico de nuestra sociedad moderna, la falta de relaciones de calidad y la huella ecológica que dejamos nos muestran hoy que hemos dejado de lado los principios de solidaridad, reciprocidad, cooperación y empatía.
Hoy la tecnología cobra nuevos significados. Al usarla ya no cumple la función de aislarnos de donde estamos. Ahora la estamos usando de formas creativas e innovadoras para acercarnos; para crear una sociedad solidaria en la que nos preocupamos por el Otro y buscar formas de apoyarnos. A través de la tecnología conocemos lo que pasa globalmente, como herramienta de conocimiento nos ha permitido romper barreras sistémicas. Ahora todos somos partícipes y podemos mostrar y contar otras historias, otras realidades. Somos nosotros quienes decidimos como usarla y para qué ¿qué queremos contar a través de los nuevos medios de comunicación?
Por otro lado, la pandemia es también un llamado a los gobiernos, no solo a revaluar y potenciar las inversiones y los programas relacionados con educación, ciencia y tecnología, sino a cuestionar el contenido mismo y el impacto de dichos programas ¿Cómo debería ser la educación?, ¿quién debe ser la autoridad respecto al desarrollo de conocimiento científico?, ¿a dónde apuntan los desarrollos tecnológicos? Actualmente es el mismo mercado quien decide sobre qué se investiga y cuáles son las prioridades de desarrollo tecnológico. Es deseable que esto cambie, tras la pandemia.
Es importante reflexionar también sobre los conocimientos que nos están brindando las instituciones educativas, que de manera estandarizada reproducen esquemas sobre cómo percibimos el mundo y cómo interactuamos con él. La importancia está en replantear el sistema educativo porque es allí donde generalmente adquirimos el conocimiento básico para relacionarnos. Es hora de replantearnos la educación desde cómo accedemos al conocimiento, a qué tipo de conocimiento y cuál es nuestra actitud ante la información que nos llega. Puede ser el momento para encontrar formas de senti-pensar desde lo educativo y potenciar un diálogo de saberes, orientado a una vida más sostenible y solidaria.
Desde el punto de vista epistemológico, la pandemia nos muestra la necesidad de que el conocimiento se diversifique y haya mejores estrategias para la apropiación social de la ciencia, valorando y comprendiendo los saberes locales, el saber de los campesinos que producen alimentos para todos y reivindicar su papel en la sociedad. En Colombia, el virus podría llevarnos a tomarnos en serio la necesidad de garantizar una soberanía alimentaria para estar más preparados ante futuras crisis. El sistema alimentario que hemos aceptado socialmente refleja altos niveles de consumo, producción y comercialización de productos esenciales provenientes de largas cadenas de abastecimiento. Este virus nos ha demostrado que se necesita un cambio radical de mentalidad y percepción sobre las formas de producción para garantizar la seguridad y soberanía alimentaria de las ciudades. Así, podríamos reducir nuestra vulnerabilidad ante escenarios generados por nuestra acción y su impacto sobre el planeta. Según Miguel Altieri, experto en soberanía alimentaria, este es el momento para comprender que los ecosistemas sostienen la economía y la salud, y no al revés. Tratar a la naturaleza de forma irrespetuosa tiene consecuencias en nosotros los humanos. Estamos pues conectados con ella y este virus nos lleva a repensar nuestra forma de relacionarnos con la Tierra.
Como individuos, puede que adquiramos una nueva conciencia de nuestra relación e interrelación con la naturaleza, nos pensemos menos individualmente y más en colectivo. Que comprendamos la importancia de valorar y proteger la vida de los campesinos, comprender la importancia y procedencia de nuestros alimentos y las cadenas de producción. Además, entender el impacto de los comportamientos individuales en las dinámicas sociales y en el bienestar de los demás.
Nos gustaría que la sociedad después de la pandemia centrara sus esfuerzos y energías en la economía del bienestar, en virtud de la solidaridad que debemos construir como especie. Este es un llamado a trabajar desde la solidaridad y la empatía como una sociedad en donde todos podemos y debemos tener acceso a lo que es esencial para la vida. Se trata de convertir en derechos lo que hoy son privilegios. La salud integral y la educación de calidad deben ser un derecho para todos como sociedad. El planeta se ha puesto en pausa y ahora escuchamos de una forma diferente a la naturaleza. Sin planearlo estamos velando por la recuperación ambiental y está en nuestras manos empezar a construir formas de convivencia solidarias con nuestro entorno.