En estos días de cuarentena en los que el teléfono se ha convertido en una de las principales maneras de seguir conectados al mundo, también nos hemos vuelto devoradores de noticias, cifras, narrativas e imágenes sobre las causas y efectos del COVID-19. Muchos hemos recurrido a twitter para informarnos y también para lanzar opiniones y análisis, urgidos por la necesidad de discutir e interpretar lo que está pasando en el mundo con interlocutores externos. Pero en esa inmediatez que nos imponen las redes sociales, muchas ideas desaparecen pronto en un mar de opiniones y noticias sobre el nuevo dato o tendencia. En este breve ensayo me gustaría tomar un respiro de esa inmediatez e intentar profundizar en las ideas de fondo que hay detrás de un tuit que escribí hace unos días y que no cupieron en los 280 caracteres que permite la plataforma. Me tomo la libertad de complementar esas ideas con enlaces a tuits, textos y artículos de otras personas que han alimentado esta reflexión.
La crisis del COVID-19 nos ha pillado por sorpresa. Muchos pensábamos que la amenaza global que iba a enfrentar nuestra generación iba a ser el cambio climático, que el capitalismo extractivista al que hemos dejado devorar nuestros recursos y nuestro tiempo iba a hundir nuestra civilización y nuestras ciudades ante nuestros ojos antes de lo que pensábamos. Otros creían que lo que nos esperaba era una Tercera Guerra Mundial, desatada tal vez por el conflicto entre Corea del Norte y Corea del Sur o por la pugna por el poder económico global entre Estados Unidos y China. Pero no, fue un virus, un organismo “estúpido,” el que vino a demostrarnos la fragilidad de nuestra sociedad, no solamente frente al capitalismo sino también frente a la propia Naturaleza. En pleno Antropoceno, la Naturaleza ha vuelto a poner al ser humano en su sitio o, más bien, en su casa.
Sin embargo, esta crisis ha mostrado también una rápida capacidad de respuesta humana en comparación con otras pandemias del pasado, a la que han contribuido sin duda la tecnología, internet y las redes sociales. Una vez que los hechos y el aumento exponencial de muertes provocadas por el COVID-19 pusieron en evidencia que el discurso de que “es sólo una gripe” no tenía sentido, la respuesta de diferentes líderes políticos comenzó a subir de tono en un efecto dominó global que empezó en Asia, siguió por Europa y más recientemente llegó a América. En este contexto, la mayoría de los políticos occidentales han recurrido a viejos repertorios: nombrar el coronavirus como enemigo de la patria y declararle “la guerra.” Eso hizo primero Italia, luego España y, cómo no, Estados Unidos. Donald Trump, que inicialmente no quiso reconocer la importancia del virus y puso la economía como prioridad, declaró el 18 de marzo la “guerra contra el virus chino.” No es ninguna casualidad, en EEUU la popularidad de los políticos que enfrentan crisis económicas sale muy perjudicada mientras que los que inician guerras y se presentan como “héroes patrios” son favorecidos por la ciudadanía. Trump vio en el coronavirus una oportunidad de posicionarse como héroe al declarar la guerra al enemigo común e invisible del coronavirus.
La narrativa de la guerra llama a un tipo particular de liderazgo: la unión alrededor de un líder y un objetivo común y, a la vez, justifica la violencia así como las excepciones y violaciones de derechos humanos para alcanzar ese objetivo. Pero el uso del lenguaje bélico para enfrentar la crisis del COVID-19 no ha sido monopolio de líderes políticos de derecha. Ha sido usado también por el presidente de España, Pedro Sánchez, líder de la coalición PSOE-Podemos, el gobierno más de izquierdas que ha tenido el país en las últimas décadas. También los medios de comunicación han contribuido a la producción y circulación del discurso bélico. En Colombia, donde nos estamos jugando la implementación de los acuerdos de paz, la revista Semana, una de las más importantes del país y también de las más afines al status quo y al presidente Duque, rápidamente sacó la bandera de la guerra para hablar del COVID-19 en su portada más reciente.
Frente al uso del lenguaje de la guerra, en estos días ha surgido también otra manera de entender y solucionar la crisis del COVID-19: el lenguaje del cuidado. Destaco aquí el papel de dos lideresas políticas: la presidenta de Alemania, Ángela Merkel, y la alcaldesa de Bogotá, Claudia López.
En su discurso televisado frente a la nación, Ángela Merkel se refirió al coronavirus como la amenaza más grande que había tenido Alemania desde la Segunda Guerra Mundial. Ese fue el único momento en que se refirió a la guerra. Siguió un discurso que enfatizó la necesidad de apoyar la ciencia en la búsqueda de una vacuna; reconocer la importante labor de cuidado de médicos, enfermeros y de los trabajadores que se encargan de proveer alimentos y cuidar a la población: y finalmente la importancia y capacidad del sistema público de salud alemán, que tiene el número de camas de hospital y unidades UCI per cápita más alto de Europa. El discurso de Ángela Merkel terminó con un: “Cuídense mucho y también a sus seres queridos.”
En noviembre de 2019, cuando Claudia López apenas había sido elegida como la primera alcaldesa mujer de Bogotá, declaró "queremos que por primera vez ese sistema de cuidado se territorialice y se institucionalice en un POT (Plan de Ordenamiento Territorial).” Para los que estamos acostumbrados a escuchar palabras como desarrollo, sostenibilidad, territorio, movilidad sostenible, etc. para hablar de planeación urbana, el uso del cuidado para referirse a un POT fue novedoso y muchos quedamos a la espera de saber qué iba a significar exactamente eso en la práctica. Con la aparición de la crisis del COVID-19, Claudia López ha mostrado algunas pistas sobre qué significaría eso de la territorialización del cuidado como lógica de gobierno y liderazgo. La alcaldesa ha sorprendido a muchos en estas semanas por su capacidad de liderazgo y por adelantarse -y en cierta manera forzar- al gobierno nacional a adoptar medidas de confinamiento, gracias al simulacro que realizó en Bogotá varios días antes de que se declarara la cuarentena a nivel nacional. Sus continuos llamados al cuidado, a quedarse en casa y su uso de un lenguaje cercano la han hecho conectar con la población de una manera en que las iniciales comunicaciones del presidente Iván Duque, precedidas por el himno nacional y con insistentes llamadas a valores patrios, no consiguieron.
Estamos en un momento clave de la historia en el que seguramente no vamos a volver a la “normalidad” de antes. La pregunta entonces es ¿cómo será esa “nueva normalidad” del futuro? En este contexto, se abren y cierran oportunidades para pensar cómo se gobernará y liderará nuestro mundo post-pandemia. En este ensayo he intentado mostrar que la construcción de ese futuro ya se está gestando y tiene mucho que ver con la forma discursiva en la que se presenta el problema del COVID-19 y sus posibles soluciones. Volviendo a mi tuit inicial, tal vez una de las respuestas más iluminadoras que recibí en este sentido fue la de Carmenza Saldías (@gracianaXXI), quien insistió en que lo que hay que hacer es eliminar es la guerra y sus lenguajes y avanzar en un “Estado Cuidador” que procure “bienestar y tranquilidad a la ciudadanía.”
El enfoque del cuidado nos puede ayudar a reinventar el Estado del bienestar y la propia noción de desarrollo más allá de los términos keynesianos, nacionalistas, euro-céntricos y masculinos que se impusieron tras la II Guerra Mundial. Ese Estado cuidador sería un Estado más preocupado por el abastecimiento cotidiano de necesidades locales, por el acceso a la educación, a la sanidad y a un vida digna y no tan obsesionado con el PIB, el desempeño de las grandes empresas nacionales y las cifras macroeconómicas del Estado-nación. Un Estado cuidador implica repensar la manera en la que estamos planeando nuestras ciudades. Como nos recuerda Paola Jirón, de la Universidad de Chile, nuestras ciudades no sólo han estado tradicionalmente dirigidas por liderazgos masculinos sino que han sido planeadas por y para los hombres. Y como hemos visto en estos días, la prevalencia del lenguaje bélico sobre sobre el COVID-19 no es un tema de líderes de derecha o de izquierda sino más bien me atravería a decir del dominio de liderazgos masculinos y patriarcales en la interpretación de la crisis, como bien apunta Beatriz Mejía (@mejialaalcaldia).
En un artículo académico que escribí hace poco con Nathalia Calderón llegamos a la conclusión de que para promover procesos de desarrollo local inclusivos en ciudades pequeñas e intermedias eran necesarios liderazgos que incluyeran a mujeres y jóvenes. Estas conclusiones van en la línea de investigaciones adelantadas por profesorxs del Cider como Diana Gómez, Javier Pineda y Diana Ojeda que han enfatizado la necesidad de un enfoque de género en las políticas de desarrollo local y en la manera de pensar los conflictos socio-ambientales. Varias son las voces que últimamente han llamado, en twitter y fuera de él, también a pensar en cómo un liderazgo femenino y feminista nos podría ayudar a avanzar en estos tiempos de pandemia y confusión. Para Leila Billing (@leilabilling), un liderazgo feminista implica “abrazar el cuidado mutuo - priorizar la compasión; tomarse más tiempo para comprobar que nuestros equipos y colegas están bien; y no tener miedo a expresar vulnerabilidad ante otros” (la traducción es mía).
Hablar por tanto de la actual crisis del COVID-19 en términos de cuidado no significa sólo que nos quedemos en casa y cuidemos de nuestros seres queridos durante la cuarentena, también nos puede ayudar a pensar en un Estado y una planificación del territorio post-pandemia que ponga el cuidado de los recursos naturales y de los ciudadanos y, en particular de los más vulnerables, en el centro de su acción. Tal vez ese enfoque nos permita nuevas maneras de alcanzar el famoso “desarrollo sostenible” de una manera más auténtica y profunda y a valorar, en el camino, a personas, territorios y economías locales y regionales que son fundamentales para la supervivencia humana y que, hasta ahora, tanto el capitalismo como nuestra sociedad han desvalorizado.
Así que no, esto no es ninguna guerra. Es una crisis de salud pública que requiere una mayor acción e inversión en salud y un Estado que cuide de sus ciudadanos. Rechacemos el lenguaje militar que quieren imponer algunos políticos populistas para posicionarse como “héroes nacionales” y abracemos otras formas de liderazgo, más femenino, más feminista, más inclusivo, más local, que pongan en el centro el cuidado de las personas y del territorio.