La agricultura es una de las actividades que dio origen a las civilizaciones humanas y ha estado presente en el camino al escenario contemporáneo. Parte de esta historia comprende la experimentación, domesticación, siembra, cosecha, intercambio, tranza y consumo de alimentos. Dichas actividades posibilitan la gestación de relaciones e identidades sociales y territoriales que han tenido como eje articulador lo agroalimentario. Por esta razón, el estudio y análisis de los sistemas agroalimentarios (SA) son una forma de aportar al entendimiento de los cambios y transformaciones de las sociedades y ecosistemas en el mundo.
En la actualidad, la pandemia, consecuencia del COVID-19, puede ser leída desde su posible origen como el resultado de un relacionamiento antropocéntrico, extractivo y de atropello hacia las otras formas de vida y sus hábitats (Islas, 2020). Dentro de estas actividades extractivas está la agroindustria convencional imperante; este tipo de agricultura se traduce en un modelo agroalimentario depredador, que alentado por la acumulación de capital, deja una huella imborrable en el planeta a la vez que agudiza la crisis socio ecológica actual. Y es que este tipo de agricultura representa 1.500 millones de hectáreas de monocultivos alrededor del mundo que comparten una homogeneidad genética, baja biodiversidad y alta vulnerabilidad a plagas, enfermedades y epidemias (Altieri & Nicholls, 2020). En consecuencia, se ha masificado la utilización de pesticidas y antibióticos con regulaciones limitadas, lo que a su vez aumenta la pérdida de biodiversidad y resistencia microbiana. Es un contexto difícil que evidencia la importancia de entender la complejidad del sistema mundo, especialmente en el apartado agroalimentario y la necesidad de buscar alternativas a tan complejo panorama.
El planteamiento de alternativas debe partir del reconocimiento de los sistemas agroalimentarios alternativos, aquellos que han sido capaces de sostenerse en el tiempo a pesar de las presiones del SA industrial imperante. Es el caso de los SA que tienen como base la agricultura familiar, la cual es de gran importancia para la seguridad alimentaria. Aunque las granjas familiares constituyen el 98% de todas las granjas presentes en el planeta, y al menos el 53% de las tierras agrícolas, produciendo por lo menos el 53% de los alimentos del mundo (Graeub et al., 2016), estas han sido comúnmente invisibilizadas. Una situación a la que Colombia no es ajena. Un ejemplo, agravado por el contexto de la pandemia, es lo sucedido con los productores de papa en noviembre de 2020, quienes llegaron a regalar o vender su producto a precios muy bajos, puesto que en el país es importado este tubérculo desde Bélgica, Países bajos y Alemania, a pesar de que en Colombia se producen más de 2.700.000 toneladas al año (DW, 2020). Este escenario, en el que agricultoras y agricultores (sean familiares, campesinos y/o comunitarios) producen variedad de alimentos y materias primas, bien sea con agricultura convencional o alternativa, pero no cuentan con canales de comercialización apropiados, precios justos, fortalecimiento de capacidades y extensión del conocimiento necesario, ha llevado al empobrecimiento y desestimación de la vida rural. Este desconocimiento de que gran parte de los alimentos consumidos en Colombia provienen de la diversidad asociada a la producción alimentaria del país pone en riesgo la soberanía alimentaria, el relevo generacional, la memoria y el patrimonio biocultural. Es por esto necesario reconocer y fortalecer la diversidad asociada a la producción agroalimentaria tradicional, particularmente en contextos de incertidumbre como los que se viven actualmente.
La pandemia ha dejado múltiples aprendizajes y retos en términos agroalimentarios; ella puede sentar un precedente para la transformación de los actuales SA, mediante el reconocimiento y fortalecimiento de propuestas alternativas encaminadas hacia la sustentabilidad. En este sentido, el tránsito hacia la nueva normalidad implicaría un cambio más allá de la adopción de normas de bioseguridad en la cotidianidad. Es decir, una vez superada la actual crisis, es necesario hacer un tránsito hacia sistemas y modelos agroalimentarios de producción, distribución, acceso y consumo responsables en términos socioambientales, lo que obliga, al mismo tiempo, a cuestionar las estructuras y formas de organización social, política y económica en que están inmersos y que son fuente y expresión de la actual crisis civilizatoria.
Referencias
Altieri, M. A., & Nicholls, C. I. (2020). La agroecología en tiempos del COVID-19. CLACSO. Recuperado de https://www.clacso.org/la-agroecologia-en-tiempos-del-covid-19/
¿Por qué en Colombia las papas se están regalando o vendiendo a precios tan bajos? (9 de noviembre del 2020). DW, recuperado de https://www.dw.com/es/por-qué-en-colombia-las-papas-se-están-regalando-o-vendiendo-a-precios-tan-bajos/a-55545115
Graeub, B. E., Chappell, M. J., Wittman, H., Ledermann, S., Kerr, R. B., & Gemmill-Herren, B. (2016). The State of Family Farms in the World. World Development, 87, 1–15. https://doi.org/10.1016/j.worlddev.2015.05.012
Islas, M. (2020). El mundo después del coronavirus y la reorganización del capitalismo fósil. Revista Común. Recuperado de https://www.revistacomun.com/blog/el-mundo-despus-del-coronavirus-y-la-r...