Hace un año para la conmemoración de nuestra profesión escribí una nota referente a la urgencia de repensar permanentemente las prácticas docentes, a tener cada día menos conversaciones unilaterales y encontrar en el aula espacios de diálogo dónde las conversaciones verticales y horizontales nos ayudaran a construir y robustecer el conocimiento.
Esa reflexión que ha crecido de manera importante en los ámbitos educativos durante los últimos años, se ha potenciado y resignificado de manera sustancial en el contexto de confinamiento que enfrentamos en el 2020. Este año no sólo hemos tenido que repensar nuestras metodologías de enseñanza, transmisión y construcción de conocimiento, sino que, de manera acelerada y llena de improvisaciones, hemos tenido que aprender nuevos métodos de comunicación e interacción con nuestros y nuestras estudiantes.
Los retos tecnológicos y pedagógicos que hemos tenido que enfrentar en los meses recientes, en últimas han terminado siendo una gran oportunidad para renovarnos, repensarnos y por qué no, una oportunidad para volver a valorar las aulas y la interacción humana que tanto añoramos por estos días. Una ganancia de este año debe ser que perdamos el miedo a la tecnología, que la interioricemos en nuestras prácticas docentes y que se vuelva natural apalancarnos en ella. Pero otra ganancia que debemos potencia, debe ser el resignificar las aulas físicas, resignificar la educación presencial. Si hemos podido volcar gran parte de nuestras prácticas hacia los medios virtuales, más adelante, cuando nos devuelvan la posibilidad de usar el campus y sus aulas ¿cómo aprovecharlas al máximo sin borrar con el codo la ganancia adquirida a través de la virtualización?, ¿Cómo repensarnos los espacios de interacción física para que realmente den un valor agregado a lo que podemos hacer por medios virtuales? Ojalá nos sorprendamos a nosotros y nosotras mismas dando ese paso contundente hacia la innovación pedagógica.
Otra reflexión que ha surgido durante el confinamiento y que recoge inquietudes de varias personas en el ámbito educativo tiene que ver con el rol de los y las profesoras y los límites en su interacción con estudiantes. Ese erudito aséptico del sistema educativo del siglo 20, lleno de sabiduría que se transmitía desde un atril, ya se venía repensando y desdibujando. Pero el 2020 terminó de romper la tarima. Cuando los y las profesoras tuvimos que abrir las salas de nuestra casa a la cámara para interactuar con los y las estudiantes, cuando nuestros y nuestras hijas (igualmente confinados) interrumpen una clase con una actitud casual y hogareña, o cuando los y las estudiantes abren sus micrófonos para participar en medio de los ladridos de su perro u otros distractores caseros, las preguntas sobre la distancia y el respeto en el aula cambian totalmente. Los y las profesoras hemos empezado cada vez más a compartir por la cámara nuestros retos personales durante el confinamiento, abrimos micrófonos para que los y las estudiantes expresen sus angustias y necesidades, en otras palabras ¿nos humanizamos? Después de esta nueva interacción humana, más humana, ¿será posible decirles a los y las estudiantes que llegan tarde a clase con una disculpa doméstica: “a mí no me cuenten sus problemas personales”?
Esta reflexión tiene incidencia tanto en repensar la interacción y sus límites, como en repensar los esquemas para garantizar el respeto mutuo. La intrusión de las cámaras en nuestros hogares y en los de los y las estudiantes no puede ser una disculpa para abusos e irrespetos que hemos rechazado contundentemente como universidad. Lo que si puede y debe ser, es una oportunidad para repensar la interacción respetuosa, la transparencia en nuestros actos, la confianza mutua y la posibilidad que todos tenemos de seguir aprendiendo de todas aquellas personas con las que interactuamos.
Mi mensaje este 15 de mayo es un llamado a la innovación, a reinventarnos y a enamorarnos cada vez más de nuestra profesión.
Feliz día profesores y profesoras, muchos éxitos en esta nueva etapa que comienza.