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Las religiones pueden ser un camino alternativo para transformar la acción humana. Gran parte de la población mundial se adhiere a algún credo, a pesar del creciente ateísmo. “Todos los credos tienen algo en común: la Tierra y lo que de ella se desprende es un nexo entre lo divino y lo humano”” (Nogueira, 2019).
Hoy nos enfrentamos a una crisis ambiental, política y social que nos desborda. Las herramientas implementadas hasta ahora para combatirla, propuestas por el racionalismo científico, son insuficientes.
Esto se debe a que sus causas no son sólo económicas, políticas y sociales. La crisis refleja un vacío moral y espiritual, consecuencia del materialismo, consumismo, secularización, antropocentrismo e industrialización de la sociedad contemporánea, especialmente la occidental (Tucker & Grim, 1997), que nos han llevado a comportamientos egoístas, a tener más de lo necesario, a intentar responder preguntas existenciales con lo material.
En el Antropoceno, la humanidad se ha creído dios: transforma a su antojo la naturaleza, cree que con la tecnología puede manejarse a sí misma y su destino. Sin embargo, la crisis muestra que la ciencia no basta para alcanzar el bienestar, que el progreso económico no significa plenitud y que acumular riquezas a cualquier costo nos deja vacíos y fragmentados (Le Cain, 2017).
Tal vez necesitamos nuevas miradas éticas, filosóficas y espirituales de nosotros mismos y nuestro entorno que nos liberen del reduccionismo científico y cambien nuestra perspectiva para imaginar otro mundo, más solidario y armónico. Las religiones ofrecen algunas de esas miradas.
Al igual que las instituciones políticas, la ciencia y la tecnología, la religión es una herramienta cuyos frutos dependerán de su aplicación. Desde el comienzo de la humanidad, las religiones han sido moldeadoras de nuestra relación con el cosmos, los demás y el ambiente. Han demostrado una gran fuerza transformadora en distintas culturas, uniendo comunidades alrededor del deseo de trascender. La vivencia de la religiosidad es compleja, ambigua y cambiante: ha llevado a abusos, confrontaciones y discriminación, pero también a cambios hacia la paz, la inclusión y la justicia.
Por lo tanto, la relación entre religión y ecología no puede establecerse de forma simplista. Su complejidad exige un análisis cuidadoso de cada cosmología, pero también nos abre los ojos ante nuevas posibilidades que las teorías del desarrollo no habían visibilizado. En esa diversidad encontramos recursos simbólicos, espirituales y éticos para avanzar hacia la cohesión social, la expresión cultural y la celebración ritual de una vida profunda y armónica con el entorno (Tucker & Grim, 1997).
Muchas religiones han desarrollado en los últimos años discursos de cuidado ambiental y eco-justicia. Los científicos y entes reguladores están pidiendo la participación de las comunidades religiosas. ¿Por qué? Más del 90% de la población mundial tiene afiliación religiosa (aunque sea nominal); las religiones son las entidades sin ánimo de lucro con mayor capacidad de impacto (Tucker & Grim, 2014). Por otro lado, tienen una gran fuerza moral y espiritual, capaz de cambiar fundamentalmente comportamientos humanos. Además, hay valores comunes a la mayoría de las religiones que aportan a la causa ecológica. “Conceptos como el de solidaridad, caridad, justicia social, sobriedad o respeto por todos los seres que nos rodean son comunes a todas las creencias” (Nogueira, 2019). Finalmente, su aspecto metafísico y sacramental enmarca una relación de cuidado con la Tierra:
“Most religions value this world and have rituals that weave humans into the rhythm of natural cycles. This is a dimension of what we would describe as religious ecology. The incarnational and sacramental dimensions of various religions illustrate this-worldly emphases and concerns” (Tucker & Grim, 2014).
Así, desde la ecología religiosa se han identificado paradigmas (unos nuevos, otros muy antiguos) que llaman a una relación más armónica con la naturaleza. Un ejemplo es la Ecología Profunda, construida a partir del budismo, la ética de Gandhi y la filosofía de Spinoza. Ésta analiza nuestra posición metafísica en el cosmos. Cree en una Naturaleza viva, creativa y perfecta, y reverencia la vida (valiosa en sí misma, no por su utilidad). La unidad entre los seres vivos y el cosmos genera capacidad de acción hacia el cambio y justifica una ética en constante relacionamiento con los demás humanos y no-humanos (Valera, 2017).
Otro nuevo paradigma es la ética ecológica del Papa Francisco, figura política y religiosa clave que se ha mostrado activo y valiente ante la crisis ambiental y social. En junio de 2015, publicó la encíclica “Laudato Si: sobre el cuidado de la casa común”, que marcó la historia de la ecología desde la religión y la política. Allí plantea una mirada integral y unitaria de la ecología, la economía y la equidad, para lograr el verdadero bienestar. Critica las estructuras económicas y políticas actuales, y demuestra la relevancia de la eco-justicia, y del vínculo entre la religión y la ecología (Yale Forum on Religion and Ecology, 2020).
En febrero de 2020, el Papa publicó la exhortación apostólica “Querida Amazonía”, luego de un sínodo con las comunidades vulnerables de la región. Resalta la importancia planetaria de la Amazonía y se opone a las dinámicas de explotación a través del Buen Vivir. Explica que en la Amazonia Dios habla a través de su creación y de la sabiduría de cada comunidad.
El Papa propone un diálogo, para fortalecer las identidades locales, y una sana indignación ante los abusos conducidos por intereses económicos. El consumismo, el individualismo, la discriminación y la desigualdad han sido impuestos por occidente a las etnias amazónicas. Ellas, en cambio, nos enseñan el sentido comunitario, la armonía con la naturaleza, la reverencia a la creación divina, la gratitud hacia la tierra, la sacralidad de la vida, el valor de la familia, la solidaridad y la corresponsabilidad; ellas comprenden, aman y se unen a la Tierra, en lugar de simplemente analizarla, utilizarla o defenderla (Francisco, 2020).
“No habrá una ecología sana y sustentable, capaz de transformar algo, si no cambian las personas, si no se las estimula a optar por otro estilo de vida, menos voraz, más sereno, más respetuoso, menos ansioso, más fraterno” (Francisco, 2020).
La relación religión-ecología también se evidencia en el surgimiento de muchas iniciativas sociales, políticas y académicas en las últimas décadas. The Green Faith New Deal (GND) es una reacción ante la dependencia económica de las energías sucias, el empleo precario, la degradación ambiental y la inequidad. Busca inspirar, educar y movilizar a personas de distintas religiones y espiritualidades hacia la acción ambiental global, basados en que proteger la Tierra es un acto sagrado y una responsabilidad moral. Estudian el soporte teológico, histórico, cosmológico y espiritual para que diversas religiones (monoteístas, creencias indígenas, orientales, entre otras) se interesen por cuidar la Tierra (Green Faith New Deal, 2020).
Otra organización, Religions For Peace (R4P) busca una cooperación de las religiones para alcanzar la paz global, regional, nacional y local. Creó la campaña Our Earth, Our Responsibility, multirreligiosa y juvenil que busca movilizar creyentes y personas de buena voluntad para proteger el planeta de la destrucción del cambio climático y sus efectos en comunidades vulnerables (Religions For Peace, 2020).
Por su parte, The Yale Forum on Religion and Ecology (YFRE) es un proyecto académico, internacional y multirreligioso que contribuye al ambientalismo religioso. Explora las cosmovisiones, textos y éticas religiosas para contribuir a soluciones ambientales, en coordinación con la ciencia, las políticas públicas, el derecho, la economía y la tecnología (Yale Forum on Religion and Ecology, 2020).
En el ámbito político, las religiones han empezado a pronunciarse. En la Conferencia de París de 2015, 5.000 líderes religiosos de 176 religiones se unieron para hablar del cambio climático, y firmaron el Interfaith Climate Change Statement to World Leaders, para impulsar la firma e implementación del Acuerdo de París (United Nations Climate Change, 2019).
Este ensayo no busca relatar el abordaje de cada tradición religiosa de la crisis ambiental. Únicamente busca abrir una puerta que parecería cerrada. Es cierto que muchas estructuras religiosas han contribuido a conservar dinámicas de poder que causan la crisis humanitaria y planetaria, y han llevado a grandes divisiones. También es cierto que la religión no puede solucionarlo todo sola, y que su impacto es limitado. Sin embargo, puede ser un medio para tocar el corazón de los seres humanos, llegar a su actuar ético, a su forma de relacionarse, a su sentido de trascendencia.
“Las religiones se basan en su amplia capacidad de generar tejido social y crear sentimiento de comunidad. Las agrupaciones religiosas son capaces de construir identidades comunes que trascienden las nacionalidades o etnias. Incluso, tienen el poder de aglutinar a personas que, a priori, no tienen relación entre ellas: sus lugares de culto se reparten por todos los rincones del planeta ya sea en forma de iglesia, mezquita, sinagoga o templo. Según los representantes religiosos, toda esa red de influencia, bien empleada, podría transformarse en un motor de cambio con un gran poder de movilización. Al final, como se puede inferir de sus palabras, sea cual sea el idioma en el que se rece, todos compartimos un templo común que debemos proteger y mantener vivo” (Nogueira, 2019).
El diálogo abierto entre las religiones, las ciencias y las humanidades podría integrar armónicamente todas las potencialidades del ser humano en sus creencias, conocimientos y realidades, para mejorar su relación con el cosmos y con los demás. En esa integralidad está nuestra capacidad de unir, construir y transformar lo que somos y lo que nos rodea.
Bibliografía
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