Durante las últimas décadas la tecnología ha tomado un importante valor en la sociedad, las capacidades y habilidades relacionadas con este campo son altamente valoradas en términos sociales y económicos. La tecnología, incluso campos relacionados con las llamadas: “ciencias duras”, se relaciona con proyectos especialmente masculinos donde la participación de las mujeres tiene un papel pasivo. En este sentido el acceso y participación del conocimiento tecnológico para las mujeres ha tenido connotaciones especiales de poco reconocimiento.
Uno de los famosos ejemplos es el caso del trabajo sobre rayos x de Rosalind Franklin que fue fundamental en la investigación sobre el modelo de doble hélice del ADN de Wilkins, que junto sus colegas Watson y Crick, les galardonó con el Premio Nobel de Medicina en 1962 (Gonzáles, 2002, p.3).
Aunque las mujeres participan como productoras y consumidoras de tecnología, en términos de reconocimiento y distribución existe una injusticia fundamental que se manifiesta en aspectos como remuneración y extensión de trabajo de cuidado.
A pesar de las diversas barreras que han obstaculizado el reconocimiento de las mujeres en la tecnología, muchos de los beneficios sociales a través de la historia han provenido del trabajo y creatividad de las mujeres como soluciones frente alguna necesidad del entorno. Por ejemplo, en el caso de la cocción de los alimentos, fueron las mujeres quienes lograron comprender que el fuego les permitía esta tarea que benefició a todas las unidades familiares de la época y transformó las relaciones alimenticias de la humanidad.
Se ha planteado como un paradigma cultural que, desde mi consideración tiene que ver mucho con la división sexual del trabajo, las competencias de las mujeres se concentran en el lenguaje y la comunicación, por el contrario, los hombres desarrollan mejores competencias en áreas como matemáticas y ciencia. Esto supone una barrera de acceso de las mujeres, como seres de menor entendimiento, para la tecnología. Si esto es lo que sucede antes de elegir un campo profesional es natural que las mujeres no opten por carreras tecnológicas, por lo tanto, en términos de Tabet (2005), no acceden al instrumento que las aproxima al conocimiento tecnológico, tradicionalmente dominado por el hombre, a pesar de ser el sector laboral con mayor demanda en el mercado con los mejores esquemas de remuneración.
Desde una mirada actual, hay mucho que conmemorar y destacar en este 11 de febrero Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia, ya contamos con figuras nacionales como la carrera de Diana Trujillo quien se ha convertido en una gran inspiración para todas, las acciones afirmativas para incluir perspectivas de género en programas de política pública que tienen que ver con ciencia, tecnología e innovación[1] y los enormes esfuerzos de organizaciones de la sociedad civil como la Fundación She Is quienes a través de sus programas facilitan el acceso a ciencia y tecnología a niñas con mayores brechas socio-económicas. Sin embargo, es una fecha en la que bien vale repasar todos los retos que persisten en la participación de las mujeres en la tecnología, por ejemplo: acceso a carreras técnicas, tecnológicas y profesionales en estos campos, en particular las que tienen que ver con pensamiento computacional; mayor participación de las mujeres en el mercado laboral de tecnología con igual labor igual remuneración y mayor participación en las políticas de ciencia, tecnología e innovación orientadas a responder las coyunturas entre el medio ambiente, desarrollo económico y desarrollo social.