En un momento como el que estamos viviendo ahora como humanidad considero de gran importancia preguntarse qué nos dice el Coronavirus de la sociedad actual, de dónde emerge; qué retos enfrentamos en el presente; y cuáles son las tareas que nos quedan para un futuro inmediato.
El pasado
El tipo de sociedad con la que hoy hacemos frente a la pandemia está fuertemente anclada a un sistema capitalista ya de varios siglos y a un modelo neoliberal que desde la década de 1970 reorganizó el quehacer estatal, económico, cultural y social. En ambos la salud se ha comprendido como un negocio más que como un derecho; y la producción de conocimiento ha sido relegada a un lugar secundario. Ambas dinámicas tienen como consecuencia la poca preparación y agilidad de varios países para enfrentar el COVID 19.
La lógica capitalista y neoliberal se refleja en esta coyuntura en acciones como privilegiar la protección del sistema económico antes que poner rápidamente en marcha cuarentenas que puedan ayudar a salvar vidas; en el desacato de los aislamientos y al llamado a no acaparar comida; en el uso oportunista de la pandemia para hacer cambios económicos estructurales en contra de los derechos de la mayoría y en beneficio de las minorías; y, en la existencia de un sistema de salud debilitado que no tiene la capacidad de atender a todos los pacientes y que obliga al personal de salud a tomar decisiones sobre a quién atender y dejar morir como en el caso italiano.
La infraestructura médica en países como Colombia dan cuenta de una baja inversión en salud tanto del Estado como del sistema privado. Toda esta realidad refleja la baja inversión económica en la producción de conocimiento, y la sobrevaloración de ciertas profesiones y oficios por el mercado y la sociedad. Entre más un Estado invierta en la producción de conocimiento y ésta se oriente a un conocimiento útil y oportuno para el bienestar global, más estaremos preparadas las universidades y los profesionales para contribuir a retos como el que hoy enfrentamos. Esta realidad requiere también de una revalorización por parte de la sociedad en términos de reconocimiento, financiación y remuneración de los saberes y las profesiones. En esta coyuntura, una doctora se pregunta como es posible que reciba más dinero el fútbol que la medicina para investigación.
Adicionalmente, esa sociedad capitalista y neoliberal nos hace hoy enfrentarnos en condiciones desiguales a la pandemia. A pesar de que el virus no distingue entre clases sociales y otras diferenciaciones como el género, la localización geográfica y la pertenencia étnica, las cuarentenas y los efectos de la enfermedad no serán iguales para mujeres y hombres; para ricos y pobres; para trabajadores asalariados e informales; para mestizos, indígenas, afros y población Rom; para población rural y urbana; para personas en libertad y aquellas que están en las cárceles; para niñxs, jóvenes y adultos mayores. Este sistema ha funcionado a través de una necropolítica que ha eliminado sistemáticamente a ciertas poblaciones, y que además permanentemente decide a quién dejar vivir y morir, y en qué condiciones deben vivir algunos. Hoy en Latinoamérica la población indígena y afro se ve severamente amenazada; y los adultos mayores son comprendidos por algunos gobernantes, como el Gobernador de Texas en Estados Unidos, como estorbos para el bienestar económico.[i]
Esta pandemia pone de presente que quienes estamos en cuarentena con comida, dinero, vivienda digna y en teletrabajo, somos unos pocos privilegiados porque el sistema que ha dado surgimiento a la sociedad actual lleva décadas generando múltiples desigualdades, entre ellas con demasiada fuerza las de orden económico. Hoy no solo tienen más posibilidad de morir los adultos mayores porque el virus les afecta más severamente su cuerpo, sino también aquellos que viven su cotidianeidad en condiciones precarias de existencia.[ii]
El presente
El coronavirus no solo afecta el sistema respiratorio humano, lo hace así mismo con nuestro relacionamiento cotidiano. En una era globalizada, una de las medidas a las que nos está llevando la pandemia es al cierre de fronteras y la restricción del flujo humano por el planeta. Algo que parecía impensable hace unas semanas. Al mismo tiempo, el coronavirus restringe nuestra posibilidad de tránsito en nuestros propios países, en las ciudades y los barrios, recluyéndonos a la unidad más micro de lo local: nuestras viviendas.
De igual forma, la reclusión nos lleva de las relaciones volátiles y pasajeras de cada día, a centrarnos en el relacionamiento con quienes tenemos más cerca (parejas, parientes, hijxs, compañerxs de casa y mascotas), a aprender a disfrutar de su compañía, a ser más tolerantes y a crear acuerdos explícitos de convivencia en una sociedad en donde el diálogo de la cotidianeidad ha sido casi clausurado.
Como si eso no bastara, en una época donde la realidad parece vivirse afuera del sí mismo y en las redes sociales, el virus nos confronta con nuestra pequeñez como especie en el planeta, y con el diálogo interior. Del ritmo acelerado de la vida del siglo XXI, pasamos a pensar qué hacer con cada minuto de tiempo y en un espacio restringido como las fronteras de nuestras viviendas, cuando la globalización nos hizo pensar que todo el planeta tierra era nuestro. Entonces nos confrontamos con el sentido y la perdurabilidad de nuestras vidas.
En algunos casos esto ha suscitado reflexiones sobre el gran impacto humano en el planeta, en la naturaleza, los animales, el agua, las plantas. Como de la nada y en tono de un gran descubrimiento, muchos comienzan a darse cuenta de que somos mortales y una mínima parte del planeta que además hace mucho daño. La vulnerabilidad como humanos nos cuestiona la sociedad en la qué vivimos y el tipo de sujeto que se ha construido.
En el presente son muchos los retos que enfrentamos. Desde los médicos a los económicos y estatales, y desde los micro a los macropolíticos. Estados como el colombiano, en sus diversas expresiones nacional, regional y local, tienen la tarea de, en vez de recortar presupuesto y derechos, y buscar modificar el balance de poderes como está fomentando a través de los decretos presidenciales el presidente Duque,[iii] garantizar que en esta coyuntura se respeten los derechos de las y los ciudadanos consignados en la Constitución de 1991, principalmente a la salud, la vida, el trabajo y la libertad de expresión. Entristece ver que la pandemia y medidas como la cuarentena pueden terminar configurando un “contexto ideal” para continuar con la masacre de líderes y liderezas sociales.[iv]
El Estado debe garantizar un trato equitativo a la ciudadanía, lo que implica reconocer las necesidades específicas de los desempleados, los trabajadores informales, las personas en condición de pobreza, las mujeres, la población étnica, los adultos mayores y los privados de la libertad. Es urgente que el sistema de salud reciba una fuerte inyección de capital que fortalezca sus capacidades de respuesta a la pandemia.
Por otro lado, en el terreno de la cotidianeidad, es momento de situar en el centro el cuidado como una práctica del día a día y no solo como tarea de las mujeres. Ese cuidado pasa por una lógica relacional que reconoce que todos estamos profundamente interconectados, y que el bienestar de uno es el bienestar de los demás. Una práctica radical, horizontal y colectiva del cuidado nos permitirá replantearnos las relaciones cotidianas, las del hogar y las de los espacios públicos y preguntarnos por cómo aún a distancia ejercer la solidaridad y manifestar el amor. Esa práctica del cuidado debe ser extendida de igual manera a los no humanos (naturaleza, animales, plantas, planeta, muertos, objetos).
Este es un momento de des-aceleramiento de los modos de vida, del consumismo y la adicción al trabajo. Un momento para recentrarnos como individuos y especie para pensar de nuevo cuál es el valor de la vida y el sentido de nuestro paso por el planeta. Esto requiere de diálogos internos sinceros y duros a los que no estamos acostumbrados. Implica un nuevo relacionamiento con lo sagrado, la vida, la muerte y la otredad.
El futuro
La clave de este momento tan particular que vivimos como humanidad está en tener la capacidad de extraer y poner en práctica aprendizajes para los años venideros. No es suficiente con tener conciencia de la precariedad del sistema de salud, de las desigualdades y del impacto de nuestras formas de vida en el planeta sino hacemos de este momento una posibilidad real, eficaz y radical de cambio. Transformación cotidiana, cambio en lo más micro de la vida como el relacionamiento consigo mismo y lo sagrado, en el hogar, el trabajo y la calle; y en lo más macro como la democracia, la economía, los modelos de desarrollo y la organización de la sociedad.
El momento actual es uno que nos permite excavar en los conocimientos populares, étnicos, tradicionales y cotidianos para tejer nuevas formas de relacionamiento, de solidaridad eficaz, de amor horizontal, de prácticas económicas no capitalistas y de una democracia abiertamente deliberativa y radicalmente participativa que tenga como núcleo no la fantasía del Estado-nación, sino la fuerte materialidad de los territorios más micro en los que nos hacemos seres vivos en la cotidianeidad: nuestro cuerpo holístico, nuestro hogar, la calle, el barrio, la ciudad.
Pese a la supuesta omnipresencia del capitalismo, el neoliberalismo y el individualismo, en el día a día distintos actores sociales han tejido relaciones colaborativas y no centradas en la ganancia económica o la acumulación de capital social y cultural que hoy son una preciada base para enfrentar el presente y soñar que sí, que otro mundo es posible.
Notas:
[i] Ver: https://sostenibilidad.semana.com/impacto/articulo/pueblos-indigenas-los-mas-vulnerables-frente-el-avance-del-coronavirus-en-america-latina/48983 y https://www.elnacional.cat/es/salud/coronavirus-gobernador-texas-abuelos-mueran-salvar-dolar_484296_102.html
[ii] Ver: https://cider.uniandes.edu.co/es/noticia/vivienda-no-logra-ser-refugio-cuarentena-marzo-20