Paola Castañeda. Candidata a doctora en geografía. Universidad de Oxford, Reino Unido
Paola Castañeda
Candidata a doctora en geografía. Universidad de Oxford, Reino Unido. Twitter: @paola_please
paola.castaneda@ouce.ox.ac.uk
22/04/2020

“Para poder extender lo que es posible, es necesario proclamar y desear lo imposible. La acción y la estrategia consisten en hacer posible mañana, lo que es imposible hoy” – Henri Lefebvre

En un artículo reciente, Michael Safi comenta que el suceso más significativo de la década de 2010 no ocurriría sino hasta las horas finales del 2019, el 31 de diciembre a mediodía, cuando el gobierno chino anunció que había detectado una neumonía de origen desconocido. Todo lo que ocurrió después lo sabemos bien. Lo sabemos porque nuestra vida cotidiana se ha visto trastocada; porque sentimos miedo, dolor, pena, rabia, confusión; también porque sentimos una compasión y una solidaridad colectiva que desconocíamos a esta escala. Y lo sabemos por las incontables horas que hemos pasado leyendo y hablando con otres, buscando darle sentido al desafío más grande que viviremos, y con el que inauguramos la década del 2020. Todo lo que ha sucedido desde que comenzó el año era inimaginable cuando nos abrazamos el 31 a media noche. ¡Y cómo extrañamos abrazarnos!

Los retos son innumerables. El Coronavirus ha puesto de relieve las profundas desigualdades que atraviesan a todas las sociedades y que hacen parte de la “normalidad” a la que no podemos regresar – la vida bajo un modelo que privilegia el crecimiento económico sobre el bienestar colectivo; las ganancias a corto plazo sobre los ecosistemas saludables; los desplazamientos rápidos y eficientes sobre los lúdicos, generosos, y con cuidado (o de cuidado). Todas aquellas inquietudes que hace años se plantean los estudios sobre desarrollo se han vuelto parte de la conversación cotidiana, con un tsunami de contenidos ahora circulando en nuestra ágora del siglo XXI: las redes sociales.

A pesar de esta “nueva” conciencia, corremos el riesgo de que un número de luchas que llevamos sosteniendo por varias décadas observen un retroceso. Basta con observar cómo las mascarillas se han sumado en masa a chancletas, bolsas, pañales y demás artefactos que viajan por los mares y aparecen en playas distantes para ver que todavía estamos lejos de entender la complejidad del desafío al que nos enfrentamos. Como la flotilla de patitos de caucho que en el año 1992 cayó a la deriva en el Océano Pacífico y le dio la vuelta al mundo, el poético viaje de las mascarillas en el océano es casi una metáfora del Coronavirus: un relato de un mundo interconectado, plagado de incertidumbres, donde el afán capitalista no sólo llenó los océanos de tonteras desechables, también hizo de un sinnúmero de personas vidas desechables. Si algo ha puesto de manifiesto la pandemia de Coronavirus es que los cuerpos también son zonas de sacrificio.

Muchas voces que trabajan en pro de la bicicleta y la movilidad sustentable han exaltado la bicicleta como el vehículo para enfrentar la pandemia. Y con justa razón: no sólo ha demostrado ser un modo de transporte resiliente para enfrentar disrupciones en la movilidad urbana, también encaja a la perfección con las medidas para prevenir el contagio. A saber, permite mantener la distancia física mientras nos desplazamos a cumplir con las necesidades esenciales (y, por qué no, brindar apoyo comunitario) y ayuda a descongestionar el transporte público (algo particularmente importante para quienes se ven obligades a continuar desplazándose). Hemos celebrado las medidas en pro de la bicicleta que han adoptado ciudades del mundo entero para seguir movilizando a sus trabajadores esenciales, y esperamos con ansias que esto catalice un vuelco en la planificación de la movilidad urbana. Se necesitó una pandemia global para que los gobiernos tomaran, de la noche a la mañana, las medidas que llevamos décadas promocionando. Hasta ahí, todo bien, pero urge que tengamos la capacidad de pensar más allá y preguntar ¿qué más? ¿qué es posible mañana que parece imposible hoy?

El sector automotriz en Wuhan se prepara para regresar conforme se disparan las ventas de autos en la región. El automóvil, después de todo, también cumple las mismas funciones vitales de resguardo en el contexto del Coronavirus para hacer nuestros viajes esenciales. Sobra decir que se espera que el transporte público se vea todavía más afectado por la crisis. Esto nos plantea un reto y una oportunidad sinigual a les activistas de la bicicleta y la movilidad sostenible. Aprovecharla significará no sólo apoyar las medidas de emergencia que facilitan la movilidad ciclista, sino también generar nuevos espacios de diálogo e imaginarios de movilidad post-Coronavirus. 

 

Rechazo total a la automovilidad: hacia una movilidad con cuidado

Debemos continuar con el rechazo a la automovilidad como el sistema que estructura nuestras ciudades, a la vez que condiciona nuestros ritmos de vida y destruye el medio ambiente. Debemos aprovechar el contexto actual para enfatizar que se trata de un modelo obsoleto para transportar personas en un mundo cada vez más urbano, y cada vez más volátil por cuenta de la obscena cantidad de emisiones que hemos liberado a la atmósfera. Por un lado, la automovilidad genera patrones de urbanización destructivos, donde entre mayor tasa de motorización tenemos más nos vemos obligades a desplazarnos. Sin embargo, esos desplazamientos se hacen con mayor/menor grado de comodidad, seguridad, disfrute, voluntad – las mismas vulnerabilidades que se han exaltado a raíz de la pandemia se hacen evidentes en la movilidad cotidiana. De otro lado, la automovilidad es un sistema que devora recursos como ningún otro, a detrimento de nuestros pulmones, océanos, fertilidad, diversidad, y formas de habitar. Por ello es urgente que nos acerquemos cada vez más al movimiento ambientalista – histórico aliado de la bicicleta – y nos movilicemos juntes para enfrentar la crisis climática. Además, en Latinoamérica tenemos la obligación de resistir al extractivismo que azota con particular crueldad a las comunidades indígenas y campesinas.

Varias personas acudimos al llamado de Hormiguitas Brigada Ciclista para apoyar la manifestación de Extinction Rebellion en Ciudad de México. Mayo 2019- Cider | Uniandes

Este rechazo total a la automovilidad implica que no podemos continuar promoviendo la bicicleta bajo las mismas lógicas que han atrincherado al auto en nuestro imaginario colectivo y entorno material: eficiencia y velocidad. En vez de “volver a la normalidad”, debemos buscar otros valores que podrían reorientar nuestra forma de planificar las ciudades. Entre ellas se encuentra el lenguaje del cuidado que ha sido protagonista de varias discusiones durante la pandemia -- incluyendo intervenciones desde el mismo Cider. La movilidad con cuidado es la antítesis de la automovilidad. ¿De qué servirá pasar del aislamiento en nuestras casas al aislamiento en el auto, si hacerlo significa dar continuidad a la destrucción del planeta? La movilidad con cuidado quiere decir no sólo cuidar a les otres más inmediates, sino aquella que promueve el bienestar colectivo y la vida a escala planetaria. Quienes se desempeñan en la planificación urbana tendrán que reorientar su práctica hacia una ética del cuidado para poder responder a esta crisis con medidas sensibles a las vulnerabilidades que el Coronavirus ha sacado a la superficie, y que sean consecuentes con la crisis climática que ya comenzamos a experimentar. Para ello deberán confluir voces con diferentes orientaciones y diversos tipos de experticia, pues requerimos de un modelo de desarrollo urbano participativo y receptivo a los diversos saberes y formas de conocer el mundo que confluyen en las urbes de Latinoamérica. El activismo de la bicicleta abanderado por feministas es un espacio clave del cual puede nutrirse una respuesta de movilidad centrada en el cuidado, así como lo son los diferentes colectivos de urbanismo feminista y las organizaciones barriales. 

 

Vulnerabilidad e infraestructura en la ciudad cuidadora

Hemos celebrado las ciclovías de emergencia que alcaldes y alcaldesas del mundo entero han instalado para hacerle frente a la crisis. Una vez superado lo peor de la pandemia, debemos presionar para que la provisión de infraestructura ciclo-inclusiva privilegie los desplazamientos de les trabajadores esenciales – no sólo el personal de salud, sino también las personas que mantienen limpios los hospitales y las calles; quienes trabajan en el transporte público; en los (super)mercados y provisión de alimentos; el servicio postal; cuidadores de todo tipo; y otres más de cuyo trabajo dependemos para sostener la vida. Debemos empujar por la redistribución de la inversión en infraestructura, de manera que les más defavorecides no sigan viendo a sus comunidades atravesadas por autopistas; violentadas por puentes anti-peatonales e infraestructura peatonal indigna; y aisladas por falta de conectividad en el transporte público y en modos no-motorizados. Esto significará establecer vínculos con vecines para desarrollar respuestas sensibles a las dinámicas territoriales, de manera que cuando las ciclovías temporales que hemos celebrado se concreten, lo hagan de manera equitativa y receptiva a las necesidades de quienes habitan y transitan los territorios. 

¿A quién sirve la infraestructura? Calzada de Tlalpan, Ciudad de México- Cider | Uniandes

Significará, también, apoyar los esfuerzos de les repartidores en bicicleta por colectivizarse y exigir condiciones laborales justas y seguras. Además de algunas propuestas de nacionalizar las aplicaciones de delivery, existen los modelos de empresa y prácticas laborales justas que fomentan las compañías de bicimensajería – todas posibilidades para apoyar, desde el activismo de la bicicleta, a les ciclistas más vulnerables. Redistribuir la movilidad no es sólo un proyecto de crear “ciudades a escala humana” (¿cuál es esta escala? ¿aquella modelada en torno al sujeto universal, blanco, masculino con todas sus capacidades físicas y cognitivas?), sino de generar proyectos de movilidades justas. Esto es, proyectos de movilidad atentos a la diversidad de cuerpos, formas de moverse, razones para moverse y desigualdades que le han dado forma las ciudades fragmentadas de América Latina. Para empezar, debemos siempre tener presente que la movilidad de algunes depende siempre de la (in)movilidad de otres.

 

Democracia radical y el reto de decrecer

Podemos aprovechar que tantas personas están dándose cuenta de lo poco que necesitamos consumir para sobrevivir, y generar una cultura y un discurso de la suficiencia en la movilidad. La bicicleta puede reorientar nuestra movilidad hacia el decrecimiento, que es urgente para no sobrepasar los límites ecológicos de la tierra. El decrecimiento se refiere a una sociedad y estructura económica que le apunta al bienestar de todes y protege las bases de la vida. A diferencia del modelo de desarrollo capitalista y el paradigma de ir más lejos y más rápido, el decrecimiento enfatiza el cuidado, la solidaridad y la cooperación. En términos de movilidad, debemos insistir que, más allá de hacerle frente a la crisis sanitaria, la bicicleta abre caminos para reconstruir la sociedad post-pandemia según los principios del decrecimiento. La organización comunitaria en torno a la bicicleta ya es una realidad. Allí hemos podido coordinar acciones solidarias, como transportar provisiones a personas en riesgo, y son estos espacios los que nos ayudarán a reconstruir el tejido social cuando pase la pandemia. Así como hemos llamado a mantener abiertos los talleres de bicicletas como servicios esenciales, debemos potenciar las biciescuelas y talleres comunitarios donde las personas nos encontramos para aprovechar al máximo nuestra energía e imaginación. Es urgente una democratización radical de nuestros sistemas de movilidad. Parte de ello es democratizar las herramientas con las que nos movemos pues, como afirma el manifiesto de la autoreparación, “si no puedes repararlo, no es tuyo”. La bici, aunque opción de movilidad individual, nos ha dado la excusa para generar espacios colectivos donde se realiza este potencial autogestivo y democrático de las herramientas que Iván Illich llama “convivenciales”. Democratizar la movilidad también implica  democratizar el conocimiento y la experticia sobre ésta. Para ello, varias voces desde la academia le apostamos a proyectos participativos, y reforzar la alianza entre la academia y los movimientos sociales será necesario para replantear nuestro modelo de ciudad.

Taller de FoCo Migrante, Santiago de Chile- Cider | Uniandes

El Coronavirus no es sólo una crisis sanitaria, es una crisis de la movilidad (urbana, globalizada, migrante, de personas, de capital) que ha llevado al imaginario colectivo el vocabulario y las preguntas que hasta hace poco parecían el dominio exclusivo de la academia. El terreno que hemos ganado en términos de posicionar la bicicleta en la agenda pública no lo podemos dar por hecho. Tampoco podemos dar por sentado que el mundo post-pandemia nos recibirá con las “ciudades ciclistas” que siempre anhelamos. En particular, no podemos darnos por bien servides si estas “ciudades ciclistas” no revierten el paradigma de la automovilidad, y no aseguran una redistribución equitativa de los medios para moverse, y de la movilidad misma. Tampoco será suficiente contentarnos con seguir moviéndonos para mantener los flujos del capital, y esto implicará que re-pensemos las lógicas y vocabularios con los cuales promocionamos la bicicleta. Hacerlo requerirá de forjar alianzas con otros movimientos en pro de la justicia social, en particular el movimiento contra la crisis climática. Asimismo, es necesario que empecemos a plantear cómo la bicicleta nos ayudará a reconfigurar la economía, la sociabilidad, y la movilidad más allá del distanciamiento social. Sabemos que mucho más es posible.

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